Blogia
Ramón de Aguilar

HERVIDERO

Qué pasa cuando no pasa nada

Qué pasa cuando no pasa nada

En la última novela de Luis Landero (Hoy, Júpiter), uno de los personajes, siendo todavía poco más que un niño, se levanta de la mesa, después de los postres, y anuncia a su familia: “Me voy a mi cuarto a leer”. La obra que está leyendo es de Calderón, La vida es sueño. Al final de una de sus escenas cierra los ojos y se pone a pensar hasta llegar a la convicción de que, al retirarse del comedor, lo que tenía que haber proclamado era: “Me voy para siempre a leer”… Y a partir de entonces vivió ya para los libros.

            De esta bella novela, que me recomendó mi prima Esperanza y que yo os recomiendo a vosotros (con el mismo ahínco que os sugiero la lectura de Juegos de la edad tardía, si aún no la habéis leído), extraigo el título de mi carta de hoy. El mismo personaje, páginas después, siendo ya adulto, preparando una clase o un tema para las oposiciones, analiza el inicio de Tio Vania y, de forma bella y emocionante para el lector, llega a esa conclusión: “Qué pasa cuando no pasa nada: eso es lo que nos cuenta exactamente Chéjov”

            ¿Qué pasa cuando no pasa nada? Me decía a mí mismo que, si llevaba un mes sin volver a escribir en el blog, era porque no había pasado nada que mereciera la pena  ser contado… claro que podría haber colgado algún texto, más o menos literario, sin necesidad de escribiros ninguna carta; o algo escrito por alguno de mis amigos o cuya lectura me hubiera emocionado (como he hecho otras veces), o haberos hablado de una biblioteca, de un algún restaurante como La Lola, del que hace tiempo que pretendo hablar y en el que estuve cenando un día con María, José María y los niños (David y Natalia); de algún amigo que se deje retratar… Pero, por lo que parece, cuando no pasa nada ni siquiera se tienen ánimos para escribir.

            Ahora, después de un mes, lo hago desde Albacete. Creo que es 2 de octubre; no estoy muy seguro, pero por ahí anda la cosa; hasta el viernes no volveré a casa, así es que aún tardaré unos días en colgar esta nueva carta abierta en la que pretendo contar qué he hecho en todo este tiempo en el que no he hecho nada.

            Como os contaba el último día, habíamos estado en la playa. Luego tuve que volver al trabajo y me pasaba las horas de la mañana en la oficina, a veces sin más asueto que los minutos justos para tomarme un café en el bar de la Santa. Por las tardes, ya en casa, repasaba matemáticas con David, leía novelas sin tapas, estudiaba algo de húngaro o de francés, traducía un par de frases latinas, rompía recortes almacenados durante años (al darme cuenta de que ya no los quería para nada), me asomaba a la terraza para ver a la gente pasear por la avenida… Un par de veces fui con Eliana a tomar un helado en la heladería donde Julie ha trabajado este verano; en una maceta del pasillo salieron unos hongos amarillos y les hice una foto (la he puesto para acompañar estas palabras, porque me resulta muy difícil encontrar una imagen para ilustrar “nada”)… Me cuesta creer que sólo fuera eso, pero no consigo recordar otra cosa. Luego volví a estar unos días de vacaciones. Como Eliana y Julie tenían que trabajar, nos íbamos solos los tres (David, Natalia y yo); fuimos a la playa (a Moncófar), también a ver el deprimente museo de Ciencias Naturales de Onda y a navegar por el río subterráneo de las Grutas de San José, en Vall de Uxó; fuimos un par de veces a la caseta de María, en Utiel, para comer al aire libre y bañarnos en la piscina; hicimos noche fuera de casa, camino de las Lagunas de Ruidera y alquilamos un patinete para navegar en una de ellas; buscamos las cascadas que hay en la cueva de Las Palomas, en Alborache, y en la cueva Turche, de Buñol; con la sequía apenas caía una fina cortina de agua en la primera, pero pudimos bañarnos en los pequeños lagos que se forman a sus pies.

            Supongo que cualquiera de estas aventuras hubiera dado para contar mucho:  de la playa de Moncófar guardo un par de recuerdos muy emotivos en los que me hubiera podido recrear, no era la primera vez que iba al museo de Onda y, además, de allí era un amigo del primer año de facultad, que colaboró en una revista que monté  “Sin embargo…”, y que ayudaba a reprografíar desde el segundo número (aunque no tenía intencionalidad política, el primer lo hicimos con una multicopista, tan en boga durante los últimos años del franquismo); de Vall de Uxó era mi primera mujer, allí nos casamos (justo en la ermita que se levanta sobre las grutas), e incluso llegué a vivir allí durante un tiempo… y así podría haber ido rescatando otros recuerdos de Utiel, las lagunas de Ruidera, Buñol… Incluso sin evocar al pasado, hubiera podido recrearme en la narración de algunas anécdotas, como la comida que hicimos en una desolada terraza, en la que sobre una mesa sucia, una camarera con uñas renegridas le sirvió a los niños una hamburguesa y a mí un bocadillo; el baño era tan pequeño que encontré a una chica con la puerta abierta, porque no podía cerrarla para poder sacar los pies… En el Albergue Juvenil de Alborache, la directora no sólo nos impidió  entrar a preguntar, sino que nos negó toda la información que le pedimos sobre el camino qué debíamos seguir o cómo hacer para poder utilizar las instalaciones algún día… nos indicó que si queríamos información fuéramos al Ayuntamiento de Buñol, pese a que estaba a varios kilómetros y cerrado en fin de semana; no lo hicimos porque yo recordaba que el camino por el que le preguntábamos nace precisamente frente a la puerta del albergue y, por más que ella quisiera ocultárnoslo, encontramos un mapa mural junto a la puerta. Los niños se quedaron bastante impresionados porque nunca habían visto a nadie así, pero yo (aunque ella no lo recuerde), la conozco personalmente, hemos coincidido incluso en alguna cena y, como cualquiera que la conozca, no hubiera esperado otro comportamiento de ella; si llegamos hasta allí a por la información fue porque, siendo fin de semana, confiaba en que en su lugar hubiera estado algún empleado que, como otras veces, nos habría dado alguno de los planos que tienen fotocopiados con el recorrido que nos interesaba y, como en otros albergues (Barcelona, Córdoba, Toledo…), además del teléfono para reservas, nos hubiera facilitado precios, temporadas, características y demás.

            Así podría seguir contando nimiedades hasta llegar al día en el que volví al trabajo y a la rutina de lo cotidiano; pero el caso es que, ahora que os lo estoy contando, (diciendo que lo podría haber contado), me doy cuenta de cuántas cosas pasan cuando no pasa nada…. Ya no volveré a tener excusa para escribiros.

La biblioteca del verano

La biblioteca del verano

¿Biblioteca de verano? ¿No sería canción del verano? Sí, creo que era “la canción del verano” y recuerdo que la de 1968 fue una de las que me aficionaron a la música pop: “Lola”, de Los Brincos… este verano, cuarenta años después, como quien dice, parece que vuelve a estar de moda, en una versión que oí de pasada en la radio y que no me pareció nada mal, aunque me siga quedando con aquella que escuchaba una y otra vez en un transistor de pilas en el que iba cambiando de emisora, a medida que la radiaban, porque sabía que, en la que acababa de sonar, tardarían un buen rato en volver a pasarla…

            Pero no se trataba de ningún error, de lo que hoy iba a hablar es de bibliotecas, de bibliotecas de verano o, mejor dicho, en verano; puesto que ellas están siempre ahí y soy yo el que llega hasta su puerta un día de vacaciones y busco un libro entre sus anaqueles, mientras otros veraneantes caminan a la playa y buscan un hueco en la arena, donde clavar la sombrilla que les proteja de sol la piel y las cervezas.

            No tengo nada contra el sol ni contra la cerveza, ni siquiera contra la playa, aunque prefiera bañarme en los ríos… pero siempre sentí una especial atracción por las bibliotecas (de hecho creé esta sección dentro del blog, pensando que hablaría de algunas de las que han sido más significativas para mí, como la de Casas Ibáñez, la Histórica de la Universidad de Valencia, la del CIR –Campamento de Instrucción de Reclutas- de San Clemente de Sasebas, la del barrio de San José en Salamanca, la de San Pablo y la Santa Cruz en Barcelona, la de Requena…) Durante mucho tiempo pensé que, cuando tuviera el suficiente dinero como para no tener que trabajar en una oficina, haría un viaje de biblioteca en biblioteca, visitando las de distintos pueblos, hospedándome en viejas pensiones, leyendo al menos un libro en cada una de ellas, escribiendo, enamorándome de algunas de las bibliotecarias… También hubiera sido una buena manera de pasar unas vacaciones, pero siempre tuve otras mil ocupaciones que nunca me dejaron el tiempo suficiente.

            Sin embargo un año, el primero que los niños estaban en España y que, como familia, fuimos juntos de vacaciones a Benidorm, descubrí (justo el último día de las vacaciones y cuando ya estaba cerrada), la biblioteca del Rincón de Loix. No pude entrar pero caí en la cuenta de que también en los lugares de playa puede haber bibliotecas además de chiringuitos en los que beber cubatas y escuchar rancheras, tiendas de todo a cien, kioscos con prensa extranjera, atascos de tráfico, descapotables (o coches con las ventanillas bajadas), que vomitan bacalao, latinos tocando ritmos andinos en sus flautas o vendiendo ropa con la marca falsificada, guiris rubios pidiendo una ayuda a cambio de la música de sus armónicas y guitarras acústicas, “jipis” o quinquilleros ofreciendo artesanía a la luz de una lámpara de gas, “subsaharianos” que ofrecen las últimas novedades musicales sobre una manta, ruidosos puestos de feria, cervecerías, heladerías y restaurantes chinos… por citar lo más típico.

            Al verano siguiente, el del 2005, fuimos a Playa de Aro… pero esta vez ya iba sobre aviso; así es que, nada más llegar, busqué la biblioteca, que resultó ser un lugar encantador, con mucha madera, en medio de un parque… Si la memoria no me falla, para acceder a ella había que hacerlo a través de un rústico puentecito  como los de los cuentos… Quise aprovechar aquellos días para leer a Josep Plá, autor de la zona, pero la verdad es que no me resultó nada cómodo. La actitud de los empleados me resultaba hostil; supongo que el pantalón corto, la camiseta con el eslogan “Rostros de Colombia de todos los colores” y la calva quemada por los primeros días de sol, me convertían en un intruso; recuerdo que, en contra de lo que es habitual en Cataluña, me contestaban en catalán a mis preguntas en castellano. Aunque yo no hable el catalán en la intimidad (como algún gran gran grandísimo estadista de este país), lo leo con frecuencia, lo escucho con agrado y podría hacerme entender en él… pero no ante quien quiera utilizarlo como herramienta excluyente y símbolo de una mal supuesta superioridad.

            Al verano siguiente, 2006, en Mojácar, encontré la biblioteca en un pequeño local, anexo al Ayuntamiento, al que se llegaba por un estrecho corredor que, más que tal, parecía un balcón. Me dio la impresión de que allí les sorprendía la llegada de cualquier lector, fuera o no fuera turista. Tengo que reconocer que nunca había visto una biblioteca tan desordenada; tal vez no sea así habitualmente y el caos se debía a que estaban instalando nuevas estanterías, que falta hacían, porque los libros se amontonaban en pilas por todos los rincones y sobre las mesas de lectura, salvo una, en la que los carpinteros tenían sus herramientas; pese a la simpatía y la buena voluntad de la bibliotecaria, lo único que pude hacer fue ojear los títulos hasta que los carpinteros volvieron de su almuerzo y empezaron a dar martillazos… Quería leer a Francisco Ayala, que cumplía cien años (como creo que conmemoré en estas páginas), pero tuve que salir de nuevo al balcón que me llevaba a la calle y posponer la visita para otro verano; el título de Ayala (Historias de macacos), me lo compré en un puesto de libros de ocasión que, perdido como un náufrago, miraba al mar desde una de las bellas playas (no todo van a ser bocatas y sangría).

            Éste, el del 2007, que aún no ha terminado, volvimos a Cataluña. En esta ocasión a Salou. La biblioteca está en un edificio moderno, funcional y muy acogedor… Pasearse entre sus libros, cuidadosamente ordenados, es un verdadero placer; las salas de lectura son espaciosas y muy luminosas y, por raro que pueda parecer, en su interior había muchos más lectores que “internautas”. Los empleados se mostraban amables y serviciales, pero casi no era necesario recurrir a ellos, porque todo lo tienen perfectamente organizado. Acudí varios días. No encontré ningún autor de la zona que me resultase llamativo (supongo que es mera ignorancia); así es que, mientras David, que me acompañaba cada mañana, hacía esquemas de Ciencias Naturales, yo repasaba los últimos tomos del Summa Artis, que me recordaban al padre Erviti, mi profesor de historia del Arte en bachillerato y que se había programado para leer la enciclopedia completa en lo que le quedaba de vida.

            A la salida de la biblioteca, en una calle recogida (y no mirando al mar como en Mojácar), había también un puesto de libros, pero éstos eran usados. Compré una novela de Faulkner y dos ejemplares de La Codorniz del año 1963, de cuando para mí eran una lectura prohibida… también un ejemplar del Ulises de Joyce para que Noelia se lo lleve a Dublín.

Mimó... Mónica Castro, para los amigos

Mimó... Mónica Castro, para los amigos

            Esta mañana, camino del trabajo, escuchaba una canción en la que el cantautor Lucho Roa añoraba su Chile natal: “bailar cueca, tomar chicha, ir a Matucana, pasear por la Quinta; ir a Santa Lucía contigo, mi bien…”

            Y he recordado, una vez más, que fue allí donde me vi por primera vez con Mónica. He recordado, una vez más, aquella soleada mañana de un invierno austral no tan frío, en la que esperaba impaciente a la que por unas horas habría de ser mi guía en Santiago y, durante el resto de la vida, una entrañable amiga… aunque eso, entonces, no pudiéramos saberlo. Serían encuentros posteriores quienes lo propiciaran mediante largas horas de complicidad y conversación, nuevos viajes sobrevolando el Atlántico (de aquí para allá cuando regresé meses después; de allí para acá, cuando ella vino); cartas, llamadas telefónicas, regalos, fotos, confesiones, juegos, vagabundeo por los caminos de España (Toledo, Córdoba, La Coruña, Valencia, Albacete, Sevilla…), lágrimas, risas, malentendidos, disgustos y tantos momentos compartidos, algunas veces codo a codo y otras, las más, en la distancia.

            Por todo ello, por la amistad fiel, el amor generoso, la nobleza de espíritu, su eterna paciencia; hace mucho tiempo que quería dedicarle a ella una pagina en el blog… Ya lo había adelantado de esta manera:

 

“Me enseñó las palabras chilenas que no conocía, a moverme por la ciudad, a sintonizar en la radio el “Chacarero Sentimental”… Me llevó al templo votivo de Maipú, donde unos soldados vestidos de época impiden que las parejas se besen, y también me hizo entrar a una capillita haciéndome creer que era la Catedral de la ciudad; yo le expliqué, tratando de no herir si orgullo patrio, que en España eran más grandes… y ella me escuchaba seriamente, mientras las enorme Catedral de Santiago se reía a mis espaldas en la Plaza de Armas… Sólo hubo dos cosas que no quiso enseñarme: el “Memorial por los detenidos desaparecidos y ejecutados”,  en el Cementerio General, donde yo temía encontrar el nombre Orieta, mi amiga de Iquique en la adolescencia, y los “cafés con piernas”… Esto último aún no se lo he perdonado”.

 

            Bueno, eso de que no se lo había perdonado era sólo un final literario… A Mo se le puede perdonar todo; incluso el que prefiera vivir en Austria en vez de en España. ¿Os había dicho que toda la vida estudió alemán? Eso le permitió aterrizar en el centro de Europa con un trabajo que hace tiempo terminó… pero se quedó allí porque en Austria, además de los valses de Strauss, de las pastelerías de Viena, con sus aromáticos cafés y ricos “strudeles”, de sus pulcras ciudades y de no sé cuantas cosas más, estaba Hassan, un periodista iraní que la conquistó. Vinieron a casa cuando todavía eran novios (ahora están casados), y él, sin decir una sola palabra en español, también nos sedujo a todos nosotros.

 

             Quienes leyeran todo esto antes del 20 de mayo de 2007, habrían visto una foto de Mo en Toledo, sentada en la terraza del parador y con la vista, borrosa, de la ciudad a sus espaldas... pero era una foto que a ella no le gustaba, porque se veía demasiado niña, demasiado joven (fue en su primera visita a España), supongo que también porque pertenece a otra época de su vida... Así es que la he cambiado por esta otra en la que ella, a su vez, ha cambiado Toledo por Venecia... Por lo menos, nadie podrá decir no sabe elegir bien los destinos de sus viajes.

Antes de que crezcan

Antes de que crezcan

            En una de las más divertidas canciones de Les Luthiers en la que, además de la risa, ponen música a una programación de televisión, cuando anuncian la actuación de los “Niños Cantores del Tirol”, recomiendan: Veánlos, antes de que crezcan… Y ahora, cada vez que enredando en el ordenador me encuentro con la foto que preparé de Julie, David y Natalia para cuando hablase de ellos en este blog, me acuerdo de aquel consejo… porque los niños tienen eso, que crecen y dejan de serlo; así es que pudiera ser que esta foto, de uno de nuestros primeros viajes por España, ya no venga tan a cuento para ilustrar estas palabras.

            La primera vez que Eliana me habló de los niños, Natalia apenas tenía cinco años de edad, David ya había cumplido los siete y Julie acababa de hacer los 13… Pronto habrán pasado seis años de aquello y cuatro de que viven con nosotros. No parece mucho, salvo que se enfoque de alguna manera determinada, que se diga, por ejemplo, que para Natalia ha sido la mitad de su vida… No parece mucho y, sin embargo, ¡cómo me han enriquecido la vida!

            A la primera que conocí en persona fue a Julie Paola, que vino con su abuela y con Marta Patricia a recibirme al aeropuerto de El Dorado, en Bogotá, la primera vez que viajé a Colombia, en el verano del 2002. Dos días después fuimos juntos hasta Mariquita y allí, jugando en el “corredor” nos esperaban sus hermanos… Apenas un año más tarde serían ellos los que llegaran al aeropuerto de Valencia, y yo quién los estuviera aguardando, con tantos nervios como ilusión, para emprender juntos esta aventura de compartir el día a día, de verlos crecer, madurar, transformarse… aprender (o reaprender), a mirar lo que nos rodea con una mirada de asombro (“¿El mundo era en blanco y negro cuando tú eras pequeño?”, me preguntaba un día Natalia), ávida de saber (“¿Dónde está el Peñón de Ifach?” “¿Cuál es la mayor altura de la Península Ibérica?” “¿Cuántos satélites tiene Marte?”… o cualquier otra cuestión científica de las que David pregunta, sabiendo casi siempre la respuesta), o inquisitiva, como las silenciosas miradas con las que Julie, desde siempre, analiza todo lo que le rodea, y que ahora empieza a mostrársele criticable, con la sana rebeldía de los dieciocho años (creo que fue Azorín quien escribió que quien a los veinte años no sea anarquista será viejo toda la vida… Bueno, tal vez no lo dijo así, pero la idea era esa y siempre parecerá mejor si digo que la frase es suya).

            Me he interrumpido en el punto anterior para repasar con David unas ecuaciones… Ahora, mientras termino de escribir estas líneas, Natalia toca el clarinete en su habitación. Julie está en el colegio y no vendrá hasta mañana, viernes, pero el sábado iremos, por tercera vez en pocos días, a hacer prácticas con el coche, porque se está sacando el carné de conducir… Realmente, ya no son los pequeños de la foto; mas supongo que, para Eliana y para mí, siempre serán “los niños”… aunque crezcan. Lo importante es que la vida sigue y juntos seguimos para vivirla, con todo lo que de bueno y de malo nos quiera traer.

Entrega de premios

Entrega de premios

El sábado nos reunimos en Villatoya para hacer la entrega de los Premios Literarios “Emilio Murcia”, que se habían fallado (como ya os conté) el 23 de septiembre. De los miembros del jurado sólo vino Ana (Anichuí), pero también estaban algunos de quienes me ayudaron con las lecturas previas: Dolores y Nacho, Noelia, Ramona… No faltaron los ganadores, Fernando Flórez, de poesía, que viajó desde Asturias y Santiago Casero, que llegó desde Alcázar de San Juan con su encantadora familia. Vinieron también los dos mencionados de Valencia, Rafael Camarasa (de quien ya compartimos el poema Cerezas en este blog) y Miguel Ángel Ríos Padilla (“Ángel Padilla” para sus lectores), alguno de cuyos geniales dibujos tengo que mostraros un día, acompañado de su mujer y de su musa, Valentina di Nícola.         “Perdonadme –les dije--, si por amor a la lengua latina, a la lengua castellana y al resto de las lenguas romances, no digo amigos y amigas o, lo que aún sería peor, amigos barra as” En realidad quería decir “amigos/as” o, incluso, “amig@s”, pero eso no podía pronunciarlo, así es que continué señalando que estábamos poniendo punto final a la IX Edición del Certamen Literario Emilio Mucia, los premios de poesía y cuento de Villatoya. Son nueve ediciones pero, en realidad, han transcurrido ya once años desde que, en el verano de 1996 se convocaran por primera vez. Los cambios de fechas que se han ido produciendo en sucesivas convocatorias han hecho que, al revés que Fileas Fog que perdió un día de su cuenta dando la vuelta al mundo, nosotros hayamos ganado dos años convocando a los narradores y poetas, leyendo los miles de cuentos y poemas que, desde todos los rincones de España, y aún del mundo, han enviado hasta ese pueblo de Albacete, tan pequeños que algunos de quienes escriben no sabrían encontrarlo en el mapa…         Y diez años cumplidos, camino ya de los once, son un buen momento para pararse a rememorar y hacer balance. Así es que lo hice:“Tuve la suerte ser Concejal de Cultura en aquellos años tan difíciles para nuestro pueblo; y serlo, además, con Camilo como alcalde, quien (no sé si por sabio iluminado o por loco soñador), en mitad de días tormentosos me invitó a trabajar con él para que me ocupara de promocionar la cultura; pues en la cultura veía el futuro y, sin ella, (pensaba acertadamente), de nada serviría cualquier otro logro. Junto a él, quien, sin ser concejala de Villatoya, hacía las funciones de tal con una ilusión digna de admiración: Inés Picazo. Inés, desde su puesto de auxiliar administrativo, yendo más allá de todas sus obligaciones, sin escatimar tiempo ni dedicación, apostó por todo lo que enriquece el alma, aunque no dé inmediatos beneficios materiales: la cultura, el asociacionismo, el voluntariado… Y llegó también, en el momento oportuno, la propuesta de Maribel Rubio, ofreciendo una cantidad de dinero para que, en la escuela, se creara un premio en memoria de Emilio Murcia; quien, además de haber sido su marido, su compañero y su cómplice, había sido un hombre bueno nacido allí… Siempre que lo menciono hago hincapié en lo de “hombre bueno” (el único de sus méritos que figura en la plaza que lleva su nombre), porque lo que he aprendido de él a lo largo de estos años es que, por encima de sabio, que lo fue; de político comprometido, que lo fue; de soñador, que lo fue… por encima de todo, fue un hombre bueno que como tal dejó recuerdo en quienes lo conocieran, ya fuera como vicerrector de universidad, como catedrático, como consejero del Principado de Asturias, como sindicalista o como director del Instituto Geográfico Nacional… sólo por citar algunas de las tareas de las que se ocupó en su corta vida… Un cúmulo de circunstancias y coincidencias que me empujaron a llevar una propuesta al pleno del Ayuntamiento y que, una vez aprobada, supuso la convocatoria de aquel I Certamen que a todos nos sobrepasó: tres veces más obras presentadas que habitantes había en aquel momento en Villatoya, la visita de escritores de excepción (como Fernando Lalana, premio Nacional de Literatura y de Rodrigo Rubio, premio Planeta) y tres primeros premios de los que dejan buen sabor de boca.”         A los nombres de aquellos tres primeros ganadores: Luis Leante, en novela (en los primeros tres certámenes también se convocó esa modalidad); María Cristina Rodríguez Tuero, en poesía, y Florián Recio en relatos; siguieron los nombres de muchos autores, hoy apreciados por los lectores y que, en sus currículos y en las solapas de sus libros, pasean el nombre de Villatoya y el del Certamen, Emilio Murcia, por todas las librerías, bibliotecas y hogares en los que se ame la lectura. Estoy pensando, entre otros, en el asturiano Pepe Monteserín, la pacense Francisca Gata, nuestro paisano Miguel Ángel Carcelén, el aragonés Oscar Sipán, el gaditano Félix J. Palma Macías, el valenciano José Montoro, la madrileña Beatriz Jiménez de Ory… y así, entre premiados y finalistas, hasta un total de 50 que, con los galardonados esa tarde, llegaron a los 56… 56 autores a quienes corresponden otras tantas historias, cientos de personajes con los que conmoverse, con los que reír o llorar… cientos de versos que hacen florecer todo tipo de sentimientos (desde la melancolía a la rabia, desde el deseo más ardiente a la desazón, desde la nostalgia de la infancia perdida a la esperanza de un mundo mejor)… Cenicientas modernas (más de una), peluqueros obsesivos, amantes condenados al silencio o hermanas que no pueden escapar del odio que las liga, náufragos y mendigos del amor, curas mafiosos (también más de uno), cobardes toreros y niños tan malvados como los de la vida real, personajes secundarios de obras famosas (Don Quijote o El diablo Cojuelo), escapados para vivir su propia aventura…Soldados que vuelven después de la derrota… Literatura en suma que os invito a gozar con la lectura de las obras premiadas porque, año tras año, convocatoria tras convocatoria, el Ayuntamiento de Villatoya, en otro rasgo de generosidad, las ha ido editando para que todo el mundo pueda disfrutarlas… Por eso no os cuento más, os propongo que leáis. ¿Cómo? Pues muy sencillo, sólo tenéis que pedidme un ejemplar y yo os lo mando.

En otros países

En otros países

Tuve un amigo que fue gobernador de una ínsula… No, no fue Sancho Panza (por más veces que leí el Quijote, nunca llegué a conocerlo en persona); además, el que yo digo, vive todavía; vive y gobierna a su manera. Se trata sólo de una parábola, alegoría, apólogo o fábula que sigue así: Cuando este buen hombre se interesaba por un tema, ésa era la cuestión de la que debía ocuparse todo el país; si, por ejemplo, amanecía fascinado por la vida natural y ecológica, todos en su ínsula habían de volverse vegetarianos, los periódicos adquirían el formato de la revista Integral y en sus páginas sólo se hablaba de la energía solar y las propiedades de la soja; las emisoras emitían música “new age” a toda hora y los masteres de la Universidad eran sustituidos por estancias en Findhorn (la imagen pertenece a una de las actividades de esta escuela escocesa de espiritualidad)… Hasta que, tiempo después, fascinado por la lectura de algún libro sobre la Sábana Santa, hacía girar la vida de su pueblo en torno a esa cuestión: reportajes en radio, primeras páginas de los periódicos en blanco, si no se encontraba cualquier hecho que tuviera relación con el tema (por nimia que fuera), viajes a Turín y debates en televisión… Luego serían los barcos de guerra (con las mismas consecuencias); y más tarde, por seguir poniendo ejemplos, la paz o las máquinas tragaperras… El caso es que todo en la vida de su ínsula giraba cada día en torno al tema que a él le interesase en ese momento, no sólo cómo si no hubiera nada más para los habitantes de aquel pequeño mundo, sino como si lo mismo fuera más allá de sus fronteras, como si así hubiera sido siempre y así fuese a ser hasta el final de los tiempos.

            ¿No os habéis sentido alguna vez vosotros como ese ególatra soberano? Porque yo (siguiendo con ejemplos), cuando me asomo a este cuaderno siento ese temor: ¿Hablaré una vez más de Colombia y la gente que allí conocí, de las niñas del orfanato, de mi libro de cuentos, de Publicaciones Acumán o los tejados que se ven desde mi ventana? Os aseguro que, aunque así sea, hay muchas más cosas de las que podría ocuparme a la hora de sentarme a escribiros:

-         Nuevas y asombrosas lecturas, como la de la demencial Sin tetas no hay paríso o  el siempre actual Relato inmoral de Wenceslao.

-         El viaje relámpago a Salamanca, para recoger a Dora Elisa, que me sirvió para revivir por unas horas el año que allí pasé: Las clases en el palacio de Anaya, las comidas en La Luna (restaurante frecuentado por estudiantes, que tenía el mismo nombre que el de Casas Ibáñez del que pronto os hablaré), los pisos de la calles Mateo Hernández  y El Greco en los que viví, las gentes que conocí y a las que sigo tratando (Tina e Inés), o recordando con cariño (Laura, Ana Sedano, Natalia, Lauren, Arantxa, Keit…), la revista de la facultad con la que colaboré (“Vanidades”), la biblioteca de barrio en la que por primera vez disfruté de las obras de Fernández Flórez que ahora estoy releyendo.

-         La visita a Toledo, también con Dora Elisa, en compañía de María Isabel y Carlos… para que conocieran ellos, más que para seguir recordando yo, calles y plazas como las de Zocodover, como las del Hombre de Palo o del Pozo Amargo, cuyas leyendas bien podían ocupar estas páginas; callejones medievales, sinagogas, la Casa Museo del Greco (entre cuyas paredes de yeso pasé mis primeros años de funcionario), mazapanes, damasquinados, puertas de la antigua muralla, iglesias y Catedral, bordados de Lagartera, espadas y armaduras…

-         Los molinos de viento contra los que, creídos gigantes, luchó Don Quijote, y que nosotros cuatro (los mismos de antes, atravesando La Mancha), visitamos en Mota del Cuervo, donde casi es obligado hablar también de otro personaje literario: Manolito Gafotas, de Elvira Lindo; como obligado es citar a Plinio, de García Pavón, cuando se visita Tomelloso; o a Sara Montiel en Campo de Criptana donde, por cierto, también se conservan bellos molinos.

-         La grata tertulia que tuvimos en casa el sábado por la noche, para hablar de algunos de estos temas y de muchos otros, con Gregorio y Mari Carmen, Marisol y Ramón, Elena, Roberto, Ángel y Mamen, Grian… Todos volverán a aparecer por estas páginas, antes o después. Como tienen que aparecer, todavía, Mónica, los niños (Julie Paola, David y Natalia), Tina, Rafa…

-         El domingo que pasamos Eliana y yo mostrándoles Valencia a nuestras invitadas: la plaza del Ayuntamiento, con sus nobles edificios (El Ayuntamiento, que le da nombre, Correos, Telefónica…) y sus puestos de flores; la Lonja y el Mercado Central, la plaza Redonda y la de la Virgen, la Catedral con sus tres puertas y su esbelta torre (El Miguelete), el Palacio de la Generalitat y el del Marqués de dos Aguas, la señorial calle de la Paz, la estación central de trenes… Las playas de las Arenas y de la Malvarrosa, acariciadas por las aguas del Mediterráneo, la futurista ciudad de las Artes y las Ciencias, el Palau de la Música, en mitad del antiguo cauce del río Turia… Y eso por citar lo que pudimos ver en un sólo día, que mucho es lo que se quedó pendiente, junto a la sensación de que somos vecinos de una hermosa ciudad.

-         Estuve presente en la aclamación de Carmen Navalón como cabeza de lista del PSOE en Casas Ibáñez para las próximas elecciones municipales; ha sido siempre una buena amiga y va a ser una buena alcaldesa; como Llanos lo será en Villatoya… Esa misma noche cené con los miembros de mi antiguo taller literario: Manolo Calomarde, David Zafra, que vino con Loli, Noelia, Manolo Picó… Faltaron Irene y Jesús, pero no faltaron temas de los que hablar; antes, más bien, se nos acabó el tiempo y ellos se fueron a sus casas y yo, como me gusta hacer de tarde en tarde, me quedé a dormir en un hotel de carretera, en una de esas habitaciones con las paredes desnudas, una estrecha cama y una ventana que da a un cartel de luces de neón que parpadean, haciéndonos sentir personaje de novela.

-         La llegada del temporal de frío y nieve que ha cubierto con una alfombra blanca nuestros campos y tejados y nos ha devuelto el recuerdo de otros inviernos, cuando éramos niños y la nieve nos traía la alegría de un día laborable sin colegio, una batalla de bolas de nieve entre resbalones y patinazos, un muñeco blanco con nariz de zanahoria, bufanda y gorro de paja; “atascaburras” para combatir el frío comiendo (patata cocida con bacalao, huevos duros, nueces y aceite de oliva) y hasta un helado para merendar, hecho con la misma nieve y papilla de frutas.

-         Y, además, como ya sabéis, ha llegado Carolina a España (la hemos recogido esta misma mañana en Barajas), y ahora entre todos tenemos que encontrarle un trabajo que le permita hacer aquí su vida

 

Esto es sólo repasando la última semana, así por encima; pero habría muchos más temas sobre los que escribir (y sin salirme de las pretensiones de este blog)… Sin embargo, una vez más, voy a volver a lo de siempre (de ahí la parábola, alegoría, apólogo o fábula con la que comenzaba), voy a volver a hablar de Publicaciones Acumán, la editorial solidaria que siempre menciono…

Me comenta Miguel Ángel Carcelén, su director y próximo protagonista de esta página, que cerrará en el plazo de 6 meses, el tiempo que Hacienda les ha dado para “regularizar” su actividad o desaparecer. Parece ser que nuestra Administración, ésa que es de todos pero que no cuenta con nadie a la hora de tomar sus decisiones y siempre impone sus criterios a base de amenazas (basta con equivocarse en una suma, o que ellos crean que te has equivocado, para ser tratado como un defraudador, menospreciando el derecho a la presunción de inocencia); pues bien, Hacienda no entiende eso de “editorial solidaria”, no le cuadra que unos locos puedan estar empleando su tiempo y su dinero en hacer literatura, en publicarla, en difundirla y dedicar a proyectos solidarios hasta el último céntimo que consiguen. ¿Cómo se come eso en esta España de la especulación inmobiliaria, de la privatización de la sanidad y de todos los servicios, de la explotación de los inmigrantes (o no inmigrantes, si se dejan…), de la prepotencia de empresas eléctricas, telefónicas, farmacétuticas y otras multinacionales frente al consumidor, de los proyectos faraónicos subvencionadas con dinero público… No encaja, claro, y Hacienda, que no quiere parecer tonta y siempre teme ser engañada, porque es consciente de que no ha sabido ganarse el respeto de los ciudadanos, no va a consentir que todos los ingresos que obtenga Publicaciones Acumán (hasta el último céntimo), se vaya a ir a África (Nigeria, Mozambique, Sahara…) o América Latina (República Dominicana, Guatemala, Honduras, El Salvador, Colombia, Paraguay…); ellos también quieren su parte. Allá los autores si deciden ceder sus derechos, allá los ilustradores, correctores, maquetadores y demás profesionales si no quieren cobrar su trabajo, allá el editor si también renuncia a su beneficio, y el librero que rechace su porcentaje y el voluntario que venda los libros por los mercadillos… Ella, la Hacienda Pública, no va a hacer lo mismo.

No sé si la actitud del Organismo es discutible o no. No sé cuales son los derechos ni los deberes de una asociación con las características de Publicaciones Acumán; no digo pues que los funcionarios que dependen del Ministerio de Economía actúen indebidamente… sólo constato el hecho y me lamento de que  esta situación vaya a hacer desaparecer algo tan noble, algo tan especial, algo tan poco común como es una”editorial solidaria”, probablemente la única del mundo, y todo lo que eso conlleva…

Desaparecer o entregar al fisco una buena parte de ese dinero que se envía al tercer mundo… Y digo yo que si, al final, esto último fuera la solución, tal vez habría que proponerle a Hacienda que, igual que ella nos pide que señalemos en una casilla, a dónde queremos que vaya ese 0,5239 % de nuestros impuestos que destina a fines sociales (el 0,5239 por cien, frente al 100 % de Publicaciones Acumán); deberíamos ofrecerle a ella otras casillas en las que señalara de qué proyecto quiere que la editorial sustraiga ese dinero:

 

      □ Construcción de pozos de agua potable (Bolivia, Honduras, El Salvador)

      □ Construcción y equipamiento de escuelas (Guatemala, Paraguay, Nigeria)

      □ Mantenimiento del Hogar Niña María, para niñas maltratadas (Colombia)

      □ Centros de salud (República Dominicana, Mozambique)

 

      Hay algunos más, pero de aquí ya puede sacar el erario público una buena tajada… Y como (insisten) Hacienda somos todos y ellos no se van a mojar, yo te pediría a ti, lector de esta carta abierta, que en su nombre señalaras tu opción preferida… ¿De cual de los proyectos mencionados debe retirar Publicaciones Acumán su aportación para entregarla a Hacienda? No olvides, antes de pronunciarte, que ese dinero sirve, (en otros países y entre otras muchas cosas), para enviar tropas a guerras ileales como la de Irák, subvencionar ruinosos parques temáticos, pagar sueldos de cargos públicos corruptos, comprar medallas u otros honores en USA, financiar sucias campañas electorales, mantener mezquinas cadenas de televisión con las que tratar de desinformar y manipular la opinión de los ciudadanos,… Y ya digo que son sólo algunos ejemplos y que no estoy hablando de España sino de otros países, que algunos son muy mal pensados…

 

Carolina... o la princesa Luchima

Carolina... o la princesa Luchima

La primera vez que vi a Carolina ella estaba a miles de kilómetros de distancia. Yo, por mi parte, en un pueblo mezquino de Toledo, cuyo nombre es preferible ignorar; sentado al borde de una cama en la que no había dormido, esperaba a que Nana, en la fría cocina del destartalado piso, acabara de hacer las primeras arepas que comí en mi vida; hacíamos tiempo para que se levantara la niebla de un precioso día otoñal y pudiéramos salir a la carretera para hacer nuestro primer viaje juntos… Entonces la vi ante mí; era diminuta, como un hada oriental, y miraba fijamente, con una sonrisa que no se apreciaba en sus labios (tan sólo en sus ojos), mientras empuñaba (en vez de la varita mágica), un arma de gran calibre. “Es mi prima Carolina”, me explicó Eliana, al verme tan absorto ante la foto. “¿Es guerrillera?”, le pregunté yo, como si todo colombiano de uniforme tuviera que serlo. “No, es periodista… pero hizo un curso de información militar o algo así”       

Durante meses, en muchas ocasiones, volví a contemplar aquella imagen que me fascinaba sin atinar a saber por qué… tal vez fuera por el contraste de su aparente debilidad con la metralleta que lucía, tal vez por el atractivo encanto de sus rasgos orientales, tal vez porque un sexto sentido me hacía intuir que, cuando yo llegara a Colombia por primera vez, sería ella quien estuviera esperándome para ser mi guía, mi orientadora, mi incansable lazarillo… Ella me habló de autores colombianos de los que yo nunca había leído, de películas cuya existencia ignoraba y de leyendas que todavía me inquietan, como la de la princesa Luchima, con quien siempre la identifiqué.       

Pues ahora Carolina se viene a España… No es sólo de visita, como turista, sino que lo hace para quedarse con nosotros, para ser una más de las personas que, día a día, con su trabajo y su entusiasmo, con su ilusión y su inteligencia, hacen más grande este país que nos cobija. Si todo sale bien, aquí estarán su vida, su hogar, su familia, su futuro… Nosotros, quienes la conocemos, tendremos la dicha de tenerla cerca, y quienes no, la posibilidad de encontrársela paseando por la calle o el parque, en un cine o un museo, en un concierto, en una noche de fiesta… Qué suerte para quienes, sin que hoy puedan sospecharlo, un día serán sus amigos, sus compañeros de trabajo, sus enamorados, sus vecinos.       

Hubo un tiempo en el que nos anunciábamos al mundo con un eslogan hermoso: “España: Entre sin llamar”, decía. Desgraciadamente, los tiempos han cambiado y hoy hay que golpear la puerta una y mil veces o colarse a escondidas… Pero ya que, al menos a ella (¿será por lo de princesa? ¿será como Luchima?), se la han abierto, digámosle: “Adelante. Bienvenida. Gracias por venir”.

La procesión de los días

La procesión de los días




 

Hoy, para empezar a escribiros, le tomo prestado el título a Wenceslao Fernández Flórez; al que he vuelto a leer, con placer, después de mucho tiempo. Los Reyes me han traído sus obras completas, editadas por Aguilar en siete tomos… llevaba más de veinte años buscándolos. A veces, para empezar a escribir, cuando ya he perdido el hábito de hacerlo, tengo que buscarme una excusa como ésta, que me ayude a arrancar. Tenía otra preparada: “Esta mañana, cuando volvía al trabajo, en medio de la niebla me he encontrado con Irene, que andaba sola y sonriente, como siempre. Me ha recomendado que vea “Babel”, la última película de Alejandro González Iñárritu, antes de volverse a perder tras la densa cortina a que se cerraba a sus espaldas”

            Cualquiera de los dos inicios me valía porque, en principio, pensaba hablar de libros y películas… aunque también de otras cosas; si me he quedado con la primera es porque el título de esta novela (que he terminado de leer esta misma tarde), me parecía muy adecuado para comenzar esta carta que también podría haberse llamado “Las doce uvas” o “Adiós para siempre”, como luego se verá.

            Digo que hace tiempo que quería hablaros de libros, que casi nunca lo hago. De los que he leído estas Navidades: El hombre que fue jueves de Chesterton, Mi familia y otros animales de Gerald Durrell (no pude, sin embargo, con el Sebastián de su hermano Lawrence; aunque ahora lo estoy intentando con Justine y sí me está gustando), y una antología de Cuentos Colombianos… me vuelvo a quedar con El mago de Lublin de Isaac Bashevis Singer, que he releído después de varias décadas (¿nunca os he contado su cuento Cuando Shlemel fue a Varsovia? Pues merece la pena)

            Pero ahora me doy cuenta de que eso hay que escribir en el momento, cuando las sensaciones que ha despertado la lectura aún están vivas; cuando, al llegar la noche, los personajes de las novelas se mezclan con nuestros amigos en mitad de los sueños; cuando basta con cerrar un momento los ojos para volver a sentir la caricia del tímido rayo del sol de invierno que iluminaba la página que leíamos junto a la chimenea, o en el banco del parque, solitario, en una fría mañana de Año Nuevo… E igual ocurre con las películas que se ven y no se cuentan; uno termina por olvidarse hasta del título (si no es de las que anuncian por televisión), y se queda sólo con alguna escena, con alguna imagen suelta o unas pinceladas de la historia, como la de aquellos dos hermanastros que encontraron el amor (o algo parecido), después de los treinta años, en “Las partículas elementales”, que al final dejan mejor sabor de boca que las películas de fantasmas (como “Scoop” o “Volver”, por muy de Woody Allen y Almodóvar que respectivamente sean)… Mas si hay una de estos últimos días que nunca voy a olvidar, aunque la viera en televisión, es la de “Dogville” (a la que pertenece la imagen que he escogido para acompañar este artículo).

            Decía que había más cosas de las que hablaros, aparte de los libros y las películas… Quería mencionar también la muerte de Rafa, con quien trabajé codo a codo durante veinte años (hasta hace sólo unos meses), y no sólo en la oficina, sino también en la radio, en el teatro, en algún proyecto más idealista que político… Siempre estuvo ahí, cercano, en los buenos momentos (bodas, éxitos profesionales, presentaciones de libros, premios literarios…) y en los malos (enfermedades, separaciones, muertes de seres queridos…). Veinte años, a razón de 365 días por año y una media de 7 u 8 horas al día, son muchas horas de convivencia, como para no sentirlo enormemente… pero hablaremos de él cuando podamos hacerlo sin la tristeza de su ausencia, sólo con la alegría de haberlo conocido.

            En fin, que muchos han sido los motivos y las excusas que tenía para volveros a escribir y, hasta hoy, no he sabido aprovechar ninguno de ellos… Lo mismo que me ocurrió al comerme las uvas, cuando pasábamos de uno a otro año: Se me olvidó formular deseos, hacer propósitos encomiables, apadrinar buenas intenciones… Me di cuenta al acabar y no supe muy bien si había perdido una ocasión o así estaba mejor puesto que, no mucho antes, estuve pensando (tomando conciencia), de todos esos planes que uno arrastra consigo desde que recuerda y que nunca llegan a realizarse: aprender inglés, adelgazar, dejar de fumar, ahorrar para la vejez… Hasta había empezado una lista de todas aquellas cosas a las que iba a decir adiós para siempre… Una lista que se quedó abierta, pero que bien podría ajustarse ahora, por aquello de las doce campanadas, de las doce uvas:

 

Adiós para siempre a

 

·        tener un hijo biológico… me quedo definitivamente con Julie, David y Natalia; como me hubiera quedado en su día con Sandra o hasta con Alejandro, a quien le enseñé a distinguir las puertas de las ventanas y el agua de la lluvia… y si tres son pocos, pues ahí están todas las niñas del Hogar Niña María, para ser queridas y cuidadas en la medida de lo posible.

·        aprender inglés… aunque lo cierto es que nunca lo intenté del todo. Ni italiano, ni gallego, ni catalán siquiera. Me quedo con el húngaro, que elegí sobre el mapa de Europa, cuando era poco más que un niño, y con el francés, que me obligaron a estudiar en el bachillerato y que ahora voy a leer por mero placer.

·        aprender griego (vamos ahora con los clásicos), por más que me lo recomendara Torrente Ballester la única vez que tuve la ocasión de hablar con él (“Hasta que no haya leído La Odisea en griego –me dijo--, no habrá leído nada”)… Pues me quedo con el latín, que me enseñaron a estudiar como si de resolver un enigma policiaco se tratara.

·        leer los cientos de periódicos y revistas que he acumulado durante más de treinta años, para cuando tuviera tiempo… Ya nunca lo tendré tanto. Eso sí, seguiré conservando los suplementos de El País, por si acaso un día me aburro… o quiero recordar como era el mundo hace treinta, cuarenta, cincuenta años…

·        dar la vuelta al mundo, visitar todos los países… Sin embargo todavía pienso que me gustaría volver al menos una vez a todos los lugares en los que he estado, desde el pueblecito en el que nací al Estrecho de Magallanes, desde una aldea checa en la frontera con Polonia a un fantasmal oasis de Túnez… O conocer algún nuevo país como Uruguay, pongamos por caso.

·        volver a utilizar los pantalones que usaba a los treinta años, y que conservo para cuando adelgace. Cada día me pareceré menos al joven que fui y más a mi bisabuelo, según una foto que me enseñaron y en la que me fue fácil reconocerme, pese al siglo que nos separa.

·        escribir una gran novela. Me conformaré con escribir cartas como ésta para el blog y, si llega la inspiración, algún que otro cuento… Mejor dedicar mi tiempo a disfrutar de las grandes novelas que ya están escritas o se siguen escribiendo.

·        ir al cielo, si no se vienen conmigo todos los demás… porque no podría ser eternamente feliz, sabiendo que seres a los que quiero (a aún a quienes no conozco), estaban eternamente sometidos a tortura y sufrimiento.

·        conocer (en el sentido bíblico, quiero decir), alguna mujer cáncer o sagitario; en parte porque me son inaccesibles pero, más que nada, porque se estaba haciendo necesario dar una pincelada de frivolidad en medio de esta serie tan seria.

·        estar al día en informática… porque ya no quiero aprender más que aquello que necesite cada día para ser feliz, disfrutando de lo que ya tengo y logrando con esfuerzo (moderado), lo que me apetezca.

·        finalizar esta lista (por eso tiene sólo once puntos, si éste fuera el duodécimo estaría terminada); porque la vida sigue y todavía aprenderé a decir a otras muchas cosas “adiós para siempre”.