Mi verdadero nombre
Nadie sabe cómo fui.
No me conocen.
Por las calles, ¿quién se acuerda?
(Rafael Alberti)
Mi verdadero nombre es Vicente Pardo, pero todos me conocen como “el amigo de la norteamericana”. Se supone que lo dicen por Gerda, pero ni ella se llama así ni es de Estados Unidos. Es alemana y quizás les extrañe que ande metida en esta guerra con nosotros y no con el bando contrario; aunque ella, la verdad, no lleva ningún arma ni va dando tiros por ahí, como las milicianas, ella sólo hace fotos. Dice que son para la prensa, para revistas de Francia. Será verdad, si no ¿a cuento de qué se iba a jugar la vida hasta perderla?
Será verdad. Sería verdad. Fue verdad… ¿Cómo decirlo después de que la haya aplastado el tanque el día antes de marcharse a París, una semana antes de cumplir los veintisiete años? Desde que empezó la batalla, y hasta que la dimos por perdida, estuvo a mi lado. Yo la protegía con mi fusil y ella me protegía con su presencia, con su sonrisa… era como tener un ángel al lado.
Cuando iniciamos la retirada me dijo que le parecía poco leal que siguiéramos vivos después de haber visto morir a tanta gente que conocíamos… No podíamos imaginar que sólo dos días después, la víspera de iniciar su regreso a París, donde ya la esperaba Andre, llevaríamos su cuerpo agonizante a un hospital de campaña en El Goloso, cerca de El Escorial. El cadáver lo recogieron dos amigos suyos, que vinieron de Madrid, Rafael y Teresa, y lo enviaron a Francia donde, según dicen los periódicos, la recibieron como una heroína.
Mi verdadero nombre es Andre Friedman y soy húngaro. Muchos piensan que soy norteamericano y que me llamo Robert Capa. Así pasaré a la historia, como el famoso fotógrafo que captó el instante mismo de la muerte de un miliciano en Cerro Muriano, en la guerra de España: Una instantánea maldita para mí que, sin embargo, muchos consideran la mejor foto de guerra que jamás se ha tomado.
Pero Robert Capa fue un invento de Gerta, mi compañera. Ella se inventó ese fotógrafo de éxito del que nosotros no éramos más que sus representantes en Europa, aunque fuésemos quienes tomábamos cada uno de sus instantáneas. Más tarde inventó también una colaboradora para él, Gerda Taro, y haciendo su papel entregó la vida en la batalla de Brunete, como yo la entregaré dentro de poco en Indochina. Los dos hemos tratado de llevar a cada rincón de la tierra las imágenes más duras del tiempo que nos ha tocado vivir, las más duras y las más tiernas porque, en medio del miedo y el dolor, siempre hemos encontrado una sonrisa con la que ilustrar la esperanza. Cuando yo muera en el intento, ya no seré el primero, ella me precedió y ahora no puedo olvidarla: Ni el juego, ni las mujeres ni el alcohol son suficientes para ahogar su recuerdo.
Mi verdadero nombre es Gerta Pohorylley y nací en Alemania en 1910. Moriré en España seis días antes de cumplir los veintisiete años. Muy joven. Quizás por eso tengo que vivir intensamente, conocer el mundo y la vida para entenderlos; amarlos los amo, aunque no los entienda. En Francia conoceré a Andre Friedman, un fotógrafo húngaro. Vamos a ser uña y carne, no sólo porque vamos a trabajar juntos, sino también porque nos vamos a amar hasta la muerte y porque, juntos, vamos a ser conocidos en todo el mundo a través de un personaje que yo voy a inventar: Robert Capa, un exitoso reportero americano que recorre los caminos de Europa haciendo reportajes sobre estos años tan duros. Él será famoso; nosotros, Andre y yo, no. Cuando me entierren en París, sobre mi lápida no aparecerá mi nombre, sino el de otro personaje inventado por mí: Gerda Taro. A ella le rendirán honores de héroe, sin darse cuenta de que en todas las guerras, en cualquier bando, abundan las heroínas porque, después de todo, sufrir todas las humillaciones, soportar todos los dolores y perdonar luego para que la paz sea posible es el papel que siempre les toca a las mujeres en todas las guerras… Sólo me diferenciaré de las demás en ser la primera corresponsal de guerra y la primera en morir desempeñando su trabajo.
Mi verdadero nombre es Rafael Alberti. Así me llaman los demás. Si lo hago yo, me llamo “marinero en tierra” o “fantasma que recorre Europa” o “poeta en la calle”… Porque poeta soy, al fin y al cabo. Mi mujer es María Teresa León. Lo digo porque a los dos nos llamaron para decirnos que en el hospital inglés de El Goloso, en El Escorial, había muerto una mujer que habían llevado moribunda, aplastada por un tanque y sin más documentación que una Leica, una cámara de fotos rusa. Era Gerta Pohorylle, a la que todos conocíamos como Gerda Taro, que así era como firmaba sus fotografías… Cuando digo “todos” me refiero a María Teresa y a mí, que la habíamos conocido en Valencia, pero también a Hemingway, a Dos Passos, a Bergamín y a tantos otros que la apreciában.
“No me satisface observar los acontecimientos desde un lugar seguro –nos dijo una vez–. Prefiero vivir las batallas como las viven los soldados. Es la única forma de comprender la situación”. Era una mujer alegre y decidida, que podía despertar la ternura en medio de un bombardeo. Creo que si algún día escribo poemas sobre los ángeles alguno de ellos tendrá que estar inspirado en esta inolvidable mujer.
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