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Ramón de Aguilar

18 de agosto de 2009: Cumpleaños de Tina

18 de agosto de 2009: Cumpleaños de Tina

     Hemos venido a Zamora de vacaciones. Mis amigos dicen que esto es una extravagancia, una manera más de llamar la atención o de querer marcar la distancia con la gente del montón; ese montón al que no voy a dejar de pertenecer por muy largo que me deje el pelo que me queda o muy estrambótico que sea el estampado de la camisa que me ponga. Lo más que conseguirás –me dicen–, será parecerte a Chiquito de la Calzada. Y esa gente, de la que formo parte, va de vacaciones a un apartamento de la playa o a un camping junto al río; en el peor de los casos, si la crisis no les deja otra salida, se va a la casa del pueblo. Como nuestros "niños" ya pasan de vacaciones con los "papás", y prefieren quedarse en Requena con los amigos a venirse a Salou y bañarse en la piscina del hotel o hacerse una foto con el Pájaro Loco en Port Aventura, he convencido a Eliana para que este año viniéramos a Zamora, para llegarnos hasta Villamor de la Ladre, en el Reino de Sayago, que linda con el de Portugal. Lo de que Sayago sea un reino se lo dije para motivarla a acompañarme; no le pareció imposible, puesto que sabe que dentro de España hay principados como el de Asturias, Condados como el de Barcelona y otros reinos como el de Valencia o el de Murcia… No intenté engañarla diciéndole que éste tuviera mar, como los otros dos, porque con ella ya he estado una vez por Sanabria y siempre recuerda el lago con ganas de volver. Sabía a dónde venía y sabía que Villamor de la Ladre es el pueblo de Tina, que tiene las calles empedradas con las mismas piedras con las que se construyen las casas y con las que se marcan las lindes de los “buertos”, y con las que éstos se separan de los caminos; ya le había contado que a los campos cercados por aquí se les llaman "cortinos", que a las ovejas "mecas", y que la iglesia no está coronada por una torre, como en los pueblos que ella conoce de Valencia o de La Mancha, sino por una espadaña. Anoche llegamos a Zamora, capital. Me emocionó volver a pasar por delante del colegio en el que hice el bachillerato y recordé aquellas otras llegadas a la ciudad, no tan gratas, en las que, desde la distancia, divisábamos el que entonces era el edificio más alto de ciudad, con las luces de todas las ventanas encendidas para darnos la bienvenida. No era tan agradable vivirlo como ahora lo es el recordarlo. Como siempre que vengo, fui derecho a buscar posada en una pensión que ya no existe de la calle de la Feria; como siempre que vengo (y como la pensión no existe), no pudimos quedarnos en ella… Pero sí que existía en el otoño de 1968 y en ella pasé mi primera noche en Zamora, cuando mi padre me trajo al colegio. Vinimos desde Madrid en tren, caminamos un buen trecho hasta un hostal que nos habían recomendado en la estación; él llevaba mi maleta, recién comprada en la tienda de López, al final de la calle Caídos en Casas Ibáñez, y yo la bolsa de deportes en la que venían su muda, su maquinilla de afeitar y los restos de la comida que mi madre nos había preparado el día anterior. El sitio resultó ser demasiado caro para nosotros, así es que salimos de nuevo a la calle y seguimos buscando dónde alojarnos, mientras se cerraba la noche y mi padre me iba señalando con entusiasmo todo cuanto veíamos, para que yo me ilusionase con la que iba a ser mi nueva vida. Diecisiete años después, viviendo en Salamanca, me llevó Tina a conocer su pueblo, Villamor de la Ladre; y hoy, martes 18 de agosto, que es su cumpleaños, Eliana y yo hemos salido por la carretera de Fermoselles, en dirección a Bermillo. Para ambientar el camino me he traído una cinta con los éxitos de 1985, para escuchar las mismas canciones que iríamos escuchando en la radio durante aquel primer viaje: "Amante bandido", de Miguel Bosé; "Esta cobardía", de Chiquetete; "Samaritanas del amor", de José Luis Perales; "La fiesta terminó", de Paloma San Basilio y alguna que otra impronunciable para mí, como "I just called to say I love you" de Stevie Wonder; "Blue jean" de David Bowie; o "Dance me to the end of love", de Leonard Cohen, que con el tiempo sería la que más me gustaría de todas. Me ha encantado volver a pisar las calles del pueblo y he lamentado no haberme apuntado el teléfono de Tina, haber confiado en la suerte, haber imaginado que me encontraría con ella en cualquier esquina (aún sabiendo que está en Madrid), que reconocería la casa de sus padres y podría llamar a la puerta para preguntar por ella y dejarle el libro que le he traído como regalo de cumpleaños, un ejemplar de Cita con la eternidad, esa novela de Pedro Uris que siempre me ha gustado tanto; pero hemos tenido que conformarnos con dar una vuelta y hacer algunas fotos. A Eliana le ha encantado todo lo que ha visto y yo he aprovechado para contarle algunas historias que me iban viniendo a la cabeza y que tenían que ver con Tina: La tarde que la acompañé a carear las ovejas y yo la veía como una de esas bellas y tiernas pastoras que aparecen en los poemas bucólicos o en las novelas pastoriles; he adornado un poco el relato añadiéndole que se nos escaparon dos y, después de recoger a las demás, tuvimos que buscarlas hasta bien entrada la noche, cuando las encontramos cerca de los Arribes del Duero, poco antes de ser cercadas por una manada de lobos hambrientos; el viaje que hicimos a Candelario, con Lauren y Arantxa, para ver una película de Robert de Niro, El corazón del ángel, en un cine de verano; o  la romería al pueblo de su madre, abandonado bajo las aguas de un pantano y del que, emergiendo en medio del lago, sólo se ve la espadaña de la iglesia algunos días de verano, y se escuchan tañer las campanas en las frías noches de invierno; fuimos con Laura y con Ágnes; a ellas las fotografié junto a la patrona, parada sobre sus andas; era cuando yo quería ser fotógrafo y mandé la foto a un concurso de imágenes religiosas que hacen en Cuenca, la titulé "Las tres vírgenes", pero no ganó ningún premio (o, si lo ganó, no me enteré). También le he hablado de la biblioteca que había en el barrio donde Tina vivía en Salamanca, cuando era estudiante y compartía el piso con Ana de Pedro, que era de Bermillo y muy guapa, por cierto; una biblioteca donde yo conseguía los libros de Wenceslao Fernández Flórez, ese autor que todo el mundo se resistía a conocer y que a mí ya me encantaba entonces; tardé años en encontrar a alguien que también lo leyera y resultó ser una adolescente, Anichuí, a la que su madre había llevado a una de las fiesta de cumpleaños de  Pilar Ochando, en Requena; se aburría entre tanta gente mayor empeñada en cantar canciones de Simon & Garfunkel, pasarse un porro como cuando eran jóvenes, defender a muerte a los socialistas, lo hicieran bien o mal… Como ni fumo ni sé cantar, hablé con ella. Anichuí me contó que veía las películas de Frank Capra, en blanco y negro, y que encontraba los libros de Fernández Flórez en la biblioteca de su padre, novelas como Las siete columnas o La familia Gomar, que Quintana, un personaje de Vázquez Montalbán en El pianista (esa trágica novela de guerra en la que no se dispara ni un solo tiro, esa bella novela de amor en la que no se dice ni un sólo te quiero), compra a escondidas en Barcelona a un librero de Ataraznas… ¿Y en su cumpleaños? –me ha cambiado de tema Eliana–. ¿Nunca has estado en su cumpleaños? Una vez –le he contestado–. Sólo una vez, que vino a Villatoya y lo celebramos juntos, con mis amigos, y acabó untándome la cara con la tarta… Pero parece que Eliana quería regresar a la ciudad y ya no sé si se ha enterado muy bien de lo de cuando Tina me llevaba de zambra a las fiestas de Muga, de Villar de Buey, de Luelmo y de otros pueblos de Sayago, en los que a ella le gustaba bailar en las verbenas, aunque conmigo nunca lo hiciese, porque siempre andaba enamorada de algún “alipende” que se llamase Faustino o Manolo. Mañana, antes de que nos vayamos de la ciudad, además de dar un paseo por las calles peatonales del centro y asomarnos al bosque de Valorio, donde me recordaré paseando con Jordi y el resto de los compañeros de curso cualquier tarde de domingo, mientras en el transistor de don Matías se suceden los goles en el carrusel deportivo, sin que ni Jordi ni yo les pongamos cuidado, la llevaré a ver la calle en la que Jack Nicholson se compró una casa, cuando se casó con una amiga de Tina; estuvimos allí los dos, viendo las fotos de la boda y comiendo con ellos, con Jack y su mujer, que no me acuerdo cómo se llamaba; él no hablaba mucho, quizás para que no se le notara el acento norteamericano, pues me dio la impresión de que no quería que la gente de la ciudad lo reconociera; pero, por más que lo disimulara y por muy afectuoso que tratara de mostrarse, detrás de su tímida sonrisa yo no podía dejar de ver aquella otra de loco que tanto me impresionó en El resplandor. De todos modos, preferí seguirle la corriente y hacer como que no lo reconocía, para no ponerlo en un apuro. Creo que ya no vive allí, y es posible que ya no esté casado con la amiga de Tina; de todos modos, creo que no podría encontrar la casa; era un piso pequeño que pasaba desapercibido; pero la calle no la he olvidado porque está sumamente empinada y, al principio de la cuesta, había un bar que se llamaba “Oro” y en el que, cuando yo estaba en el colegio, hacían unos bocadillos de calamares deliciosos; alguna vez fui con Jordi: un bocadillo y un quito del Águila costaban quince pesetas (9 céntimos de euro… Sé que es más difícil de creer que lo de Jack Nicholson, pero es igual de cierto). Volví años después y no recuerdo lo que me cobraron, pero sí que el pan estaba reseco y duro, y los calamares mal descongelados. La última vez que vine a Zamora, había desaparecido, del mismo modo como desaparecieron la pensión de la calle de la Feria y el aroma a galletas con el que la fábrica de Reglero impregnaba toda la ciudad; del mismo modo como desaparecían las pistas de las muertes de los personajes de Cita con la eternidad, la novela de Pedro Uris que le traía a Tina para su cumpleaños y que no he podido dejarle en casa de sus padres esta mañana, en Villamor de la Ladre, porque no he sido capaz de preguntarle a nadie dónde vivían.

2 comentarios

Puri Novella -

"Zamora existe", por lo que leo... veo que este es un verano de reencuentro con lugares recónditos y con otros que la memoria hermosea. Sigo pensando que esta manera tuya de narrar,este cuaderno de bitácora, han de ser una futura novela. La compro,aún sin haberla leído.
Un abrazo.

Coro -

Querido Ramón:

He disfrutado mucho de tu viaje a Zamora.

He recibido, por apreciable conducto, "Mariscada de sardinas", y ya comencé a disfrutarlo...

Te escribí un mail y pronto te haré llegar unas fotos. Por lo pronto te mando un abrazote y muchos besos.