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Ramón de Aguilar

Por los libros de los libros

Por los libros de los libros

Don Alonso, mi señor:

Le extrañará que le escriba. Ya sé que esto no se usa ni es costumbre; de hecho, como bien supondrá vuesa merced, ni tan siquiera sé leer y estas letras que le envío son sólo la transcripción que de mis palabras hace el cura de esta ciudad de El Toboso, digno como clérigo y bueno como persona, del mismo modo que el de su lugar, por más que el de aquí no aparezca en ese libro que anda de mano en mano y recoge sus aventuras; el mismo en el que, según me cuentan, se dice que es usted mi enamorado o yo la suya, aunque a mí me llamen Dulcinea y a usted el Caballero de la Triste Figura o Don Quijote de la Mancha.

No le recuerdo bien, aunque sí que alguna vez lo vi de lejos, ya hace tiempo… Y no me pareció ni tan viejo como dicen ni tan loco como lo pintan. Al revés, mucho me complace que se haya fijado en mi modesta persona, aunque me sonroja que me llame dama, princesa, gran señora y todas esas lindezas que nunca nadie me había llamado y yo entiendo que no son de verdad, sino tan sólo palabras de enamorado.

Sé, porque en el libro que de nosotros habla se cuenta, que me envió una carta con el señor Sancho Panza. Por lo que parece y como ya sabrá (porque todos saben lo ocurrido), su escudero olvidó la misiva que le dictó y nunca pudo dármela porque, además, aunque llevaba las señas bien explicadas, no encontró mi casa, jamás me vio… No se enfade con él, que no lo hizo con malicia, pero sepa vuesa merced que sus palabras nunca llegaron a mis manos y que si sé las cosas tan bellas que me decía (día de mi noche, gloria de mi pena, norte de mis caminos, estrella de mi ventura…), es porque otros me las han leído: los que me quieren, para darme gusto; quienes no, para burlarse. Y sepa también, ya de paso, que tampoco vinieron a postrarse a mis pies las señoras libertadas, los “ginesillos” u otros galeotes, los caballeros vizcaínos ni otros derrotados. Verdad es, Don Alonso, mi señor, que para nada necesito que nadie venga a postrarse a mis pies; y menos que nadie éstos que no saben ser agradecidos con quien tanto bien les hace.

Pues si le escribo es para decirle que no haga caso de lo que digan los libros ni escriban todos los “cides hametes” del mundo, porque yo siempre lo he querido bien y ahora, desde que sé lo que de mí va diciendo por esos reinos de La Mancha, aún le quiero mucho más y dispuesta estoy a ser su enamorada, emperatriz, gran dama o lo que quiera… Más miedo les tengo a mis padres, Lorenzo Corchuelo y Aldonza Nogales, que a todos los encantadores y “merlines” del mundo, y más que a ellos a la soledad a la que me veía condenada en El Toboso por lo de la barba, la cara picada de viruelas, mi buena mano para los puercos y todo lo que espanta a quienes no atinan a verme princesa.

No haga caso, Don Alonso, mi señor, a quienes les lleven la contraria y ámeme siempre, por los libros de los libros, porque por los siglos de los siglos le amaré yo.

Siempre suya,

Aldonza Lorenzo, Dulcinea del Toboso, Emperatriz de la Mancha.

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Espléndido. Gracias, querido Ramón, por deleitarnos con tus letras.