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Ramón de Aguilar

Lección de húngaro

Lección de húngaro

      Para mantener vivo el blog, y mientras llega el momento de añadir algo nuevo, rescato una de las primeras entradas que publiqué en el mismo (hace casi seis años); una en la que, precisamente, explicaba cómo nacía éste para no tener que reenviar el mismo mensaje (o parecido), cuando necesitaba contarle algo a mis amigos.

      La evolución del mismo me ha alejado de aquel objetivo inicial pero, después de varios vuelcos, aquí sigue, para todos vosotros. He recortado algunos párrafos, que no venían ya al caso, y he suprimido enlaces (que entonces ponía muchos, en mi afán de compartir con mis lectores todo cuanto me parecía merecer la pena). Conservo la imagen inicial, que ya no es la vista que veo desde mi ventana, pero que es una estampa que no quiero olvidar: 

 

  Una de las preguntas que más veces me han hecho es la de por qué estudié húngaro. Parece que lo normal es aprender inglés y, en todo caso, los que ya están “demodé”, francés; los que quieren hacer de esa segunda lengua una fuente de ingresos, alemán (algunos, con el mismo argumento, ruso o chino); quienes piensan en el futuro, árabe; los “aznaristas”, catalán (para hablarlo en la intimidad); los miembros de la casa real, vasco o vascuence (lo de “euskera” sólo deberían decirlo los que lo estén hablando)… Mejor dejemos a un lado el latín y volvamos al principio: ¿Cómo se me pudo ocurrir, cuando nuestro país aún no estaba en la Unión Europea y el de ellos todavía formaba parte del Pacto de Varsovia? Pues por eso; quizás hoy no se me hubiera pasado por la cabeza, pero a principios de los años ochenta, recién llegado a Castellón, tuve la tentación de conocer algún país, alguna cultura, que fuese muy diferente; me propuse huir de lo tópico: Oriente, la paradisíacas islas del Pacífico, el África negra… y así, repasando el Atlas una y otra vez, con el mismo ahínco que de niño buscaba en los mapas un país que se llamase “Guachilandia” y que nadie conociese (ésa es una historia que tendré que contar otro día); descubrí Hungría que, aún estando en la misma Europa, tiene una lengua que no es ni latina, ni céltica, ni germánica…. en realidad no es indoeuropea y, además, en aquellos tiempos, todavía era un país comunista (una República Popular), no sólo no está junto al Mediterráneo, sino que ni siquiera tiene mar... Todo se me antojaba diferente a lo nuestro y, sin embargo, cuando fui por primera vez, descubrí que los hombres y mujeres sí que, a pesar de todo, eran iguales (qué bonito lo canta Rafael Amor en sus canciones: “siempre quedan iguales en el adiós los pañuelos, y las pupilas borrosas de los que dejamos lejos, los amigos que nos nombran y son iguales los besos y el amor de la que sueña con el día del regreso.”)… Eso fue entonces, ahora, cuando vaya la próxima vez (¿este año por fin?), tendré la sensación de no haber salido de aquí, salvo por los rótulos que señalen la farmacia (gyógyszertan), el cine (filmszínház), la librería (könyvesbolt), la dirección al aeropuerto (repülőtér) la estación de tren (vasútállomás)… Y salvo porque no entenderé a nadie por las calles, ya que, desgraciadamente, lo de estudiar húngaro no ha pasado de ser un deseo durante este cuarto de siglo…

            Que, con tanto hablar, no se me olvide que el motivo de esta carta, de esta nueva circular, es el de quejarme de tu doloroso silencio. Si os escribo así a todos, a la vez, parece que es mentira. Cada uno puede pensar que, si me acordara de él, le escribiría directamente: “ mi querida Princesa”, “recordado Quijano”, “inolvidable Amapola”, “entrañable Lobo”… Y sin embargo, te aseguro que cada mañana, al despertar, cuando pierdo la mirada por las terrazas que se divisan desde la ventana del dormitorio, hay un momento en el que me acuerdo de ti… Voy a tratar de poner esa vista para ilustrar esta carta abierta; puede que no parezca hermosa, si no contempla pensando en ti, pero a mí me atrapa cada mañana, mientras amanece a mis espaldas y el pueblo empieza a despertar.

            Mirar por las ventanas de la nueva casa es una de las cosas que más me relajan. Creo que hay doce y al menos tres de ellas son enormes ventanales que van desde el techo a la pared, el sol entra a raudales por los cuatro puntos cardinales.

            A todo esto, ya me estaba olvidando de que había empezado hablándote de mi interés por el húngaro. Pues resulta que, cuando por fin elegí el país, la lengua y la cultura que iba a estudiar en profundidad, resultó que en España no existía tal posibilidad. Escribí un par de veces a la Embajada de Hungría en Madrid, pero no me contestaron y decidí olvidar el asunto hasta que en 1984 (¿tú ya habías nacido?), estando en Salamanca, en la Facultad de Filología (donde yo era alumno de primero pero, con mi barba y mi calva, todos me confundían con los profesores), hallé el anuncio de un curso de iniciación al húngaro, que iba a impartir la profesora de Budapest, Gergelyi Ágnes, aprovechando su estancia en España… Fui uno de los cuarenta y un decididos que se inscribieron y uno de los siete que lo acabaron (aunque sin que mi oído carpetovetónico fuera capaz de distinguir el sonido de sus catorce vocales). Todavía conservo el libro y los apuntes del curso, el recuerdo de una compañera de La Rioja, que se llamaba Ana, que conocía casi todas las lenguas del mundo y soñaba con formar parte de algún harén árabe y, lo que es más importante, la entrañable amistad de la profesora, que acabó siendo Inés y no sólo me abrió las puertas de su ciudad y de su país, sino que también me hizo un hueco en su casa y en su vida… Aunque eso debería contarlo otro día, porque hoy, como te he dicho antes, no tengo tiempo para escribir y si me he puesto a hablar del húngaro es porque, gracias a todo lo que te he contado, conocí un poema de Ady Endre (Elbocsátó, szép üzenet), que nunca he sido capaz de comprender entero, pero cuyos dos primero versos siempre me han impresionado, porque dicen algo así como: “Cien veces me despedí de ti… ésta no es la vez ciento una, sino la última vez”. Cuando iba a empezar esta breve nota lo recordé porque mi intención es que ésta sea la última “circular”… Aunque no la última vez que te escriba. No quiero que mis mensajes se conviertan en “spam”… La idea no es de hoy, sino de hace tiempo, de tanto tiempo que he tenido el suficiente para encontrar y preparar una alternativa: mi blog, un lugar donde ir escribiendo para que cada uno me lea y me conteste cuando quiera y cuando pueda. Un blog muy personal, dirigido sólo a los amigos y, en todos caso, a los amigos de mis amigos. Antes de decirlo le he dado un poco de consistencia para que, si te decides a entrar, encuentres algo más que un proyecto. Allí iré dejando estas cartas abiertas, cuando me sienta inspirado y comunicativo (ya he colgado las tres o cuatro últimas); pero también lo que escribo en plan literario (ya hay algún poema y algún cuento), y lo que escriben mis amigos (esto en un sentido muy amplio, como verás en las dos primeras muestras); hay otro apartado para los lugares que me gusta frecuentar (De momento ya tiene su rincón la Tetería Luna ), y otro para ir presentando a la gente que más quiero (he empezado con Eliana)... Bueno, yo creo que lo mejor es que me vaya despidiendo y te deje que te des una vuelta por aquí; al fin y al cabo todo lo que vas a encontrar está puesto pensando en ti.

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