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Ramón de Aguilar

El regreso de los libros

El regreso de los libros

Hace unos meses, no sé ni el cuándo ni el cómo (aunque sí el porqué), unos cuarenta mil libros abandonaron la biblioteca de Requena (la de la avenida del Arrabal), y se fueron a la antigua iglesia de los claretianos, que ahora es el Centro Juvenil.

Ya digo que no recuerdo cuándo fue, ni  cómo se hizo el traslado, pero sí que había un motivo: Se iban a hacer obras de rehabilitación en la biblioteca de toda la vida, la del mercado, la que yo siempre he conocido y que, pese a sus muchas limitaciones, nunca ha dejado de tener cierto encanto. Días antes de que fuera cerrada al público, Isabel trató de explicarme cómo quedaría todo después de la reforma, pero me costaba entenderlo y pensé que, al fin y al cabo, daba igual: Ya lo vería con mis propios ojos cuando llegara el momento, cuando los libros que se iban a marchar (que se marcharon), regresasen a las salas remozadas, a relucientes estanterías, a esa clara luz que habrá de bañarlos desde nuevos ventanales…

Y los libros han vuelto el lunes pasado. El 28 de marzo, a eso de las siete y media de la tarde, regresaron los últimos; uno a uno, de mano en mano, con la ayuda de sus lectores, que trataron de hacer una cadena que uniera la biblioteca provisional con la que ahora es la nueva (sin dejar de ser la de siempre). “Que cada uno escoja un libro que le sea significativo y lo haga llegar hasta su sitio –me explicó Isabel, cuando me invitó a participar–. ¿Cuál te pides tú?

Me quedé pasmado. ¿Qué libro elegir de todos los que han sido importantes para mí, de los que me han gustado, de los que me han marcado, de los que me han hecho reír o llorar, vivir intensamente? Algo así como cuando te preguntan qué te llevarías a una isla desierta, a quién salvarías si sólo una persona más cupiese en un refugio nuclear… Pero no era el caso y la confusión no la sentía por tener que escoger uno sólo de todos los libros que he leído, de todos los que aún querría leer…  “Puede ser alguno tuyo”, me sugirió la bibliotecaria al ver mi desconcierto. Tal vez había dado por hecho que esa sería mi respuesta y estaba suponiendo que no quería pecar de vanidoso. Mas tampoco era ésa la razón de mi indecisión: Ni que no quisiera parecer vanidoso ni que quisiera dar una respuesta que me hiciera parecer juicioso: La Biblia o El Quijote, los Cien años de soledad o el Ulises, el Diccionario de María Moliner o alguna tragedia de Shakespeare… No. Si hubiera surgido la duda habría sido entre alguna de esas obras de las que a veces hablo en el blog y que no tienen tantos lectores: La de alguno de mis amigos que escriben o de un autor que ya nadie lea, incluso alguno de esos libros desconocidos que encuentro abandonados en el Rastro… El problema fue que no surgió la duda: Tan pronto como Isabel me hizo la pregunta, a mi mente vino la respuesta: Las aventuras de Tom Sawyer.

No me atrevía a decirlo. Tenía que pensarlo seriamente; quizás se esperaba de mí una respuesta muy ingeniosa, el título de una de mis obras o la de uno de mis amigos, o un libro muy importante… Pero, por más que lo intenté, la candorosa novela de Mark Twain no se me iba de la cabeza.

Ahora, cuando todo ha pasado, pienso que tal vez fuera ese el primer libro que busqué por iniciativa propia en una biblioteca (la de Casas Ibáñez), bajo el hechizo de los fotogramas de la película de Norman Taurog que había visto el domingo anterior en la sesión de tarde del Cine Rex… Apenas tendría yo los nueve años y para nada me gustaba leer, pero necesitaba seguir bajo el hechizo de esa noche sin luna en la que Tom y Huck acuden al cementerio; disfrutar de los baños en el río y las manzanas comidas al sol; de las casas deshabitadas, las cuevas con tesoros, las islas en las que se puede construir una cabaña y el amor correspondido de una niña pecosa con rubios tirabuzones… Quizás aquellas 192 páginas guardaban ya toda la literatura que habría de leer a lo largo de los años: la amistad y el amor, la risa y el llanto, el miedo y el valor, la nobleza y la traición, el fracaso y el triunfo… la soledad, la muerte, los sueños, el ingenio, la sorpresa…

Esa fue definitivamente mi elección. Hoy he visto la lista completa de los libros que fueron escogidos y he decidido compartir con todos vosotros esta bella experiencia. Como veréis (si echáis un vistazo a la misma), no faltaron ni Dostoievski ni Cervantes, ni otros clásicos como Dante, Don Juan Manuel, Stendhal o Chejov; ni Juan Rulfo, García Márquez o Vargas Llosa; pensadores como Carlos Marx, Savater o Kropotkinni; ni Sandor Marai, Ken Follet, Paul Auster, Eduardo Galeano, Herman Hesse… u otros muchos, entre los que también estaban Blancanieves, Kika Superbruja yTintín, porque cada uno de ellos tenía su sitio reservado en las nuevas estarías de la biblioteca de Requena, recién restaurada…

¿Cuál hubieras llevado tú?

5 comentarios

Moni -

Sin ninguna duda: "Lo bello y lo triste", de Yasunari Kawabata. Una auténtica delicia que no me canso de leer y releer.

R. -

El DRAE,(o similar) ese vale por todos.

elena -

Que dificil que lo pones...
Tal vez, Peter Pan y Wendy (el original, claro) y-si me dejas otro- cualquier de Tagore.
De todas formas, cualquier de los tres que habéis elegido (Tom Sawyer, Platero y yo y Seda) me parecen una muy buena elección.
¡Y yo que no me enteré del acto! Estoy en el mundo porque tiene que haber de todo, desde luego.
Un beso

Beatriz -

Ramón, yo elegiría SEDA, tan breve, tan intenso, tan sutil...tan bello... y que tantas y tantas noches leo.
Un beso muy grande

Puri Novella -

"Platero y yo" hubiese sido mi elección, porque fue un libro-llave, me abrió las puertas de una literatura diferente y me acompañó cuando necesité compañía... en cualquier caso gran elección la tuya y la de tus paisanos. Y bonita iniciativa.