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Ramón de Aguilar

La rebelión de los personajes

La rebelión de los personajes

            Era sábado y trece. Mal día para los franceses, como se dice una y otra vez en El baterista del Plata, uno de mis relatos que, precisamente, se llamó Sábado y trece antes de ser publicado. Además era el día de San Antonio. Hay santos y fechas que no se pueden olvidar. A veces el motivo que los deja atados para siempre a nuestra memoria es bien nimio: Yo sólo tenía doce años cuando hice primero de bachillerato elemental, el primer curso que estos estudios pudieron seguirse de manera semioficial en mi pueblo; hasta entonces sólo podían cursarse con la ayuda de una academia sin nombre, que presentaba a sus alumnos en el Instituto de Requena. En el otoño de 1966 empezó a funcionar el que acabaría siendo el primer Instituto de Casas Ibáñez (pero que de momento sólo era un “colegio libre adoptado”), y los estudios pudieron hacerse allí de forma normal, sólo que quienes nos daban o negaban el aprobado no eran nuestros profesores, sino los catedráticos que venían a examinarnos desde el Instituto de Albacete. Todas las pruebas en un solo día. Aquel primer año fue el trece de junio… martes. Recuerdo que los más osados protestamos ante la directora por esa circunstancia, y ella nos acalló con una sola frase: “Sí, pero también es San Antonio”. Llevaba razón: era trece y martes, pero también era San Antonio. Parece que este santo, aparte de de tener buena mano para proporcionar pareja, también da notables y sobresalientes. Amador y yo, que íbamos al mismo curso, las aprobamos todas. Quizás por eso sigo recordando esta onomástica, aunque haya olvidado el nombre de aquella profesora que, además, nos daba clase de una deliciosa asignatura que ella misma había inventado y que no puntuaba para pasar de curso: “Observación de la Naturaleza”. Consistía en salir al campo y mirar, para luego escribir y dibujar en un cuaderno sobre lo que se había visto: una planta, un insecto, las nubes, las espigas de trigo verde mecidas por el viento… Han pasado más de cuarenta años y, como digo, he olvidado el nombre de aquella maestra, que tanto me enseñó sin dictarme ninguna lección; pero todavía puedo recordar el cuaderno apaisado en el que escribía con destartalada caligrafía y coloreaba dibujos (un cristal de cuarzo, una mariquita roja con pintas negras, el Arco Iris…), que algunas veces sustituía por muestras verdaderas: una hoja de chopo, una amapola, una rosa de azafrán…

            Era sábado y trece de junio, san Antonio. Serían ya las ocho de la tarde cuando llegué a la biblioteca. Había apurado hasta el último minuto junto a la única caseta de la Feria del Libro en la que se vendía mi novela; por si alguien quería que se la firmara y porque con los puntos de la operación recién quitados, me encontraba más cómodo de pie que sentado. La avenida del Arrabal se mostraba animada y bulliciosa, llena de gente que se paseaba por entre los puestos de los libros o se paraba a contemplar un grupo de mujeres que, allí mismo, encajaba bolillos a la vista de todo el mundo; mientras unos gigantescos payasos tocaban saxofones y acordeones, subidos a unos zancos y seguidos por una recua de alborotados chiquillos. La tarde era una fiesta.

            (Como estoy leyendo a  Cabrera Infante, iba a escribir “La tarde era una fiesta después de la siesta”… Pero bastante me estoy liando ya. Mejor sigo con mi crónica)

            Serían ya las ocho de la tarde cuando llegué a la biblioteca. No había mucha gente todavía, aunque acabó por llenarse de público y aún algunos se tuvieron que quedar de pie. Con un año de retraso íbamos a presentar Mariscada de sardinas y, para hacerlo, me iban a acompañar, como otras veces, Marisol Romero y Roberto García. Los dos son amigos. Ella, además, profesora en un Instituto de Requena (en el IES número1, aquél al que traía a sus alumnos la academia sin nombre de Casas Ibáñez, antes de que allí hubiera Instituto… ya conocéis la historia). Él, además de amigo, es Concejal en el Ayuntamiento de Requena. Y junto a nosotros, junto a ellos y junto a mí, se encontraba Jorge Enrique Navarro quien, partiendo de su experiencia personal y periodística en Radio Lumbí, iba a hablar del Hogar Niña María (al que se destinan los ingresos generados por la venta de este libro), del origen y la problemática de las niñas que en él se acogen… pero también de los encantos de Mariquita, capital de la fruta en Colombia (cuando vayáis por allí no dejéis de probar el delicioso mangostino o de tomar alguno de sus jugos, en agua o en leche pero bien fresquitos, de anón, lulo, maracuyá, tamarindo, badea, naranja, curuba, mora, piña, níspero, arazá, durazno…)

            Hubiéramos creído que la presentación había finalizado cuando el último de nosotros terminó de hablar, si no hubiera sido porque desde el principio, en cuanto estuvo llena la sala, un grupo de estrambóticos personajes, portando sombrillas, nevera, toallas y sillitas de playa, vestidos con bañador, se había aposentado entre el público, que los recibió con carcajadas. Yo los había reconocido: Eran los personajes de mi novela, del libro que íbamos a presentar: Allí estaban Julio, Paulina, doña Mercedes y Merche, por un lado; Lucio con Geles, por otro. Algo tendrían que decir puesto que, por más que se empeñaran en tomarlo, allí dentro no lucía ningún sol.

            (Como estoy leyendo a  Cabrera Infante, y además es verdad que también estaba presente la autora del dibujo de la portada, iba a escribir “sólo lucía Lucía”… Pero continúo)

            No era la primera vez que el grupo “Oleana Teatro” daba vida a alguno de mis personajes (como en su día hizo también con los de Puri Novella), para ilustrar una presentación con la dramatización de un relato… Pero esta vez los personajes no se iban a ceñir a mi texto, esta vez habían cobrado vida y vivos estaban fuera de las páginas del libro, manteniendo el carácter que yo les había conferido, pero enfrentándose a mí hasta el punto de cuestionar alguno de ellos su participación en la novela: “… pienso que estos señores deberían saber que los personajes de su novela no estamos nada contentos…” me reprochó Julio, que más tarde aclararía: “Se mete usted en nuestra casa, en nuestra cama, en nuestro pasado, en nuestros recuerdos más personales…”. Sería Paulina, su mujer, quien lo sintetizase: “… nos hace compartir nuestro sueño con gente indeseable y desalmada. Nos ofrece el mejor de los sueños para luego convertirlo en una pesadilla”.

            Los textos los escribió (y dirigió el montaje, con el acierto de siempre), Ángel Sánchez Cárdenas. Quizás, si a él no le parece mal, podría colgarlo entero en este blog, como algo de lo que escriben mis amigos y a mí me gusta compartir. Sería más adelante; de momento, para finalizar, me quedo con un fragmento que me emocionó sinceramente, porque me mostró que, al menos alguien, ha podido entender en lo que escribí lo que yo estaba diciendo sin palabras que es, al fin y al cabo, lo que a mí me gusta de la literatura: lo que se descubre en lo que se está leyendo, sin que esté expresamente escrito. Fueron las palabras de Merche y con ellas termino: “… aunque se enfaden mis padres, quiero decirle que me gustó mucho lo que ha escrito de mí. Me ha hecho olvidarme de la niña que era antes de estas vacaciones. Me ha hecho descubrir lo más hermoso y lo más triste de esta vida.

            Me ha enseñado a odiar a aquellos que desprecian a los demás por ser de otro color, de otra raza. Por hablar otra lengua o rezar a otro Dios.

            Me ha enseñado a rebelarme ante la injusticia y lamentar que la cobardía de los seres humanos les haga mirar hacia otro lado, mientras se pisotea la dignidad y el derecho de aquellos que sólo buscan una vida mejor.

            Y sobre todo me ha permitido encontrar el futuro que para mí guardaban las estrellas… me ha regalado un presente que cualquier chica de mi edad soñaría alcanzar”.

2 comentarios

Puri Novella -

Enhorabuena por tu gran tarde merecida Ramón. Los actores de Oleana nos devuelven la esencia pura de los personajes, engrandeciéndolos. Bravo por su saber hacer. "Mariscada de sardinas" es una de mis próximas lecturas dentro de este temible verano urbano.
Cuídate mucho.

Pablo -

Vaya. Qué original y divertido. Lástima no haber estado allí con mi ejemplar en la mano.

Un abrazo.
Pablo.