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Ramón de Aguilar

Como cuando los “Christmas” se llamaban Tarjetas de Navidad

Como cuando los “Christmas” se llamaban Tarjetas de Navidad

             La Navidad no se ve llegar desde la ventana, salvo que ésta se asome a una de las calles iluminadas por el Ayuntamiento o con escaparates decorados al uso… No es el caso; la mía da a cientos de tejados que se pierden en la distancia y se confunden con las montañas tras las que se esconde el mar… Aún así, me he enterado de que ya se acercan las deseadas y denostadas fiestas: lo dicen en televisión; en el salón de casa, Eliana ha colocado el árbol y el belén; los niños han dejado de ir al instituto; en los supermercados venden turrón y mazapán; en todos los conciertos se incluyen temas navideños; mis compañeros se han ido de vacaciones, dejándome solo en la oficina; en el colegio de al lado se oyen cantar villancicos en la hora del recreo y, por Internet, han empezado a llegarme archivos con felicitaciones de Navidad de todos los pelajes (humorísticas, humanitarias, emotivas, eróticas, tradicionales…); también María y Ramona, como cada año, me han enviado un “christma” hecho a mano, con tiempo y con amor.

            Queriendo añadir mi gotita de agua a este torrente de buenos deseos, he recordado que durante una época, cuando todas las felicitaciones las traía el cartero, mantuve la buena costumbre de guardar cada año las tarjetas que recibía y, cortándoles la parte escrita, enviarlas yo en la siguiente Navidad; no era tanto por ahorrar unas pesetas como por no tirar algo que me parecía bello y reutilizable (quizás sea por esa misma razón por lo que me gusta más comprar libros usados que nuevos; o por lo que, cuando era niño y coleccionaba sellos, sólo valoraba aquéllos que ya se hubieran utilizado, que ya hubiesen viajado de un lugar a otro, franqueando el camino a una carta de amor o de duelo, a las noticias de un soldado o de un pariente emigrado, al oficio que concedía una pensión de viudedad o que denegaba una beca, a una felicitación de cumpleaños… o de Navidad).

            Este año, aunque adaptándome a las nuevas costumbres, voy a hacer lo mismo que en aquel entonces (cuando los “christmas” se llamaban “Tarjetas de Navidad”) y, aprovechando una felicitación recibida por Internet hace dos años, os deseo todo lo bueno que se pueda desear con el dibujo que para Fernando Lalana hizo en diciembre de 2006 su amigo y colaborador José María Almárcegui… Yo sólo he tenido que poner el beso y todo el cariño que cada uno de vosotros se merece.

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