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Ramón de Aguilar

Las palabras curan

Las palabras curan <

            No sé a cual de los temas que configuran este blog pertenece la aportación de esta noche; aunque, cuando tú la estés leyendo, ya lo habré decidido… Podría ser una “Carta abierta”; pero no lo es, porque la mayoría de lo que vas a leer (si continúas), está escrito por otros… Podría ser, por lo tanto, parte de “Lo que escriben mis amigos”; mas, aunque amigos sí lo son, ninguna de estas tres personas escribe con afán de ser publicada, ni de tener lectores que ellas mismas no hayan elegido… Tampoco son ellas el tema, no se trata, pues, de “Amigos, conocidos o gente de paso”. Ni hablo de uno de esos lugares, mágicos para mí, de los que iré dejando constancia en “Cafés, bibliotecas, librerías y otros lugares de interés”, si bien todo lo que se cuenta ocurrió en una biblioteca, la de Requena, de la que sí hablaré otro día… Por último, aunque también se hable de algo escrito por mí, tampoco es “Lo que escribo”… Ahora que me doy cuenta, si siquiera tengo un título que poner, aunque eso tampoco lo vas a notar porque, cuando lo leas, ya lo habré encontrado: lo voy a buscar entre las palabras que te voy a transcribir y que fueron pronunciadas en la presentación de Historias de gente sin historia, el pasado viernes, en la biblioteca de Requena… Las de Noelia, con alguna variación, fueron las mismas de la presentación de Casas Ibáñez, el pasado mes de agosto, y que figuran como prólogo de la tercera edición; hablaron luego Elena y Marisol y, por último, Roberto, el Concejal de Cultura… aunque él sólo llevaba un guión y sus palabras no puedo reproducirlas.

Dijo Noelia:

            Hoy me toca hablar de Ramón y, la verdad, cuando el otro día me puse a pensar qué podía decir de él me costó decidirme, de hecho creo que todavía no me he decidido. Supongo que sería sencillo tomar un ejemplar del libro que presentamos hoy y leer el párrafo de la contra-cubierta que, junto a su foto, menciona dónde nació, cuánto ha vivido, las novelas que ha publicado o los premios que ha obtenido. Pero al leer “manchego del 55” alguien podría olvidar que, aunque sus raíces están en La Mancha y en sus relatos refleja tradiciones y costumbres con descripciones maravillosas, en realidad tiene su corazón repartido por todo el mundo, porque no ha parado de viajar, y uno de los pedazos más importantes está en Colombia. Y al leer “tiene publicada la novela El Cerro de los Cuchillos (Edisena, 1999)”, pocos de los que la habéis leído podríais imaginar que el que parece un rotundo final, sí, ese que termina con la estudiada palabra “fin”, no es más que una de las diversas versiones que Ramón escribió para terminar su novela. Y después, al seguir leyendo: “su carrera literaria está jalonada por varios premios” y una lista de lugares y certámenes literarios, muchos dejaréis de saber que también ha ganado algún concurso de cocina, porque no sólo escribe bien.

            Es curioso, la mayoría de los que hoy estamos aquí tenemos alguna historia común con Ramón. Directa o indirectamente, muchos de nosotros podríamos llegar a ser personajes de alguno de sus cuentos o novelas. Y así, nos convertiríamos en compañeros del colegio con los que hubo vivido alguna aventura, en amigos eternos con los que hubo viajado hasta algún lejano destino o en chicas de 16 años a las que escuchó contar el cuento de Los siete cabritillos y el lobo, ignorando, ambos, que el destino ya tenía pensado que pronto los uniría una historia de amistad. Es la magia de haber conocido a Ramón.

            El otro día hablé en sueños con algunos de los personajes de los relatos que se incluyen en Historias de gente sin historia, que atropelladamente empezaron a preguntarme cosas sobre Ramón -no les has contado nada sobre ti a tus propios personajes-. Valentín, el baterista, quería saber si le gusta la música: “Mucho, y además la buena música, canciones que todavía se conservan en el surco único de los discos de vinilo y que Ramón escucha con una taza de café, sólo y sin azúcar, entre las manos”. Enrique y Victoria, eternos enamorados, preguntaron por sus historias de amor, la respuesta es sencilla: “El amor es su historia”. Doña Carmen y Raquel, su hija, dueñas de la fonda en la que vivió el joven estudiante protagonista el relato En los tiempos que se fueron y no volverán, en su afán por asignarle una carta de la baraja española o del tarot a sus inquilinos, me preguntaron cual sería la idónea para Ramón, y yo, después de algunas consultas, dije: “El rey de copas”, aunque el prefería el caballo. Álvarez permaneció callado; según él, sabe todo lo que tiene que saber sobre ti. Galad y Sera me enviaron miles de besos desde su nuevo planeta. Y el león del circo, dentro de su jaula, emitió un rugido con el que quería darte las gracias porque, aunque prisionero de la carpa, permitiste que conociera la amistad.

            Hoy también me tocaba hablar de Historias de gente sin historia, y aunque ya haya presentado alguno de sus personajes, no voy a decir mucho más, prefiero que lo leáis para que seáis vosotros mismos los que, en algún punto de la historia, en todas y cada una de las historias, notéis como vuestros ojos se empañan, esbocéis una sonrisa de ternura o levantéis la vista de las palabras impresas para, cerrando los ojos, traer a vuestra memoria el recuerdo de una persona, de un lugar, de un olor, de una sensación. RAMÓN.

Dijo Elena:

            Tengo que deciros que cuando Ramón  me pidió que presentara su libro se me hizo de noche. Me sentí infinitamente halagada por su confianza, pero a la vez sentí un miedo enorme. No soy ninguna crítica literaria y mi sentido crítico después de leer un libro es el mismo que cuando veo un cuadro: Me gusta o no  me gusta. Eso es todo lo más lejos a lo que puedo llegar.

Por ello, no acabo de entender qué hago aquí sabiendo que hay tantas personas que podrían hablaros de la obra de Ramón y del propio Ramón mucho mejor que yo.

         Pero el me lo pidió y aquí estoy. Es difícil negarle algo a Ramón. Quienes lo conocéis seguro que me entendéis. Es difícil no dar algo, lo que sea, a quien jamás ha tenido el más mínimo reparo en darlo todo a quien sea, lo que sea, como sea y  cuando sea. En definitiva, es difícil negarle algo a quien siempre está dispuesto a darlo todo. De la generosidad y solidaridad de Ramón hacia quienes más lo necesitan no hay que dar mucha cuenta. De hecho, aquí estamos esta tarde para presentar uno de sus libros cuyos beneficios irán  íntegramente destinados a financiar una casa de acogida para niñas que atraviesan por una difícil situación en Colombia.

         Pero lo mas valioso de cuanto Ramón nos ofrece y nos da con una generosidad sin límite es su capacidad de entrega, su inalterable lealtad y un derroche infinito de  sensibilidad y de ternura. Contar con el afecto y la confianza de Ramón de Aguilar es un honor, un orgullo y una suerte inmensa y que yo misma quiero, esta tarde y en este momento, agradecerle pública y profundamente.

        Como ya os he dicho, mi capacidad para la crítica literaria no va mas allá del “me gusta o no me gusta”. Historias de Gente sin Historia me ha gustado. Me ha gustado muchísimo. Es un libro que he disfrutado leyendo aunque solo a medias, porque de alguna manera lo fui leyendo  para vosotros, para ver que os podía contar sobre él esta tarde. Pero os aseguro que es un libro que volveré a leer de nuevo, pasado algún tiempo y olvidado este acto, porque quiero disfrutarlo, desgranarlo, saborearlo egoísta e íntimamente. Quiero releerlo, tan sólo para mí.

         Lo primero que os tengo que decir es que en absoluto estoy de acuerdo con su autor cuando nos dice en el prólogo del libro que se trata de historias de gente mediocre, de hombres y mujeres vulgares, de antihéroes y eternos perdedores, como él mismo los define. Yo he encontrado un nexo de unión entre todos que les hace ser personas especiales, eternos triunfadores y auténticos héroes: Su común facilidad para abandonarse a los sueños.

         Sinceramente pienso que la gente mediocre es la gente que no sueña. La gente práctica y realista que se levanta, que come, que  trabaja, que compra, que recorre las mismas calles para ir a los mismos sitios y... que se engaña creyendo que hasta ama. Pero que se conforma con ello y hasta se cree feliz. Los personajes que nos presenta Ramón de Aguilar en este libro son gentes que sueñan. Gente que no se conforma con aquello que tiene, sino  que anhela aquello que tuvo y que los hizo estremecer o que anhela aquello que nunca les hizo estremecer porque no lo tuvieron.

- Valentín se creía mediocre porque sus sueños se habían ido rompiendo uno a uno y aún así nunca dejó de soñar aunque fuera tan solo con poder disfrutar del lento transcurrir  de una  tarde de sábado paseando  del brazo de Piluca.

- Victoria despertó de su rutina y su vacío el día que el brillo de un sueño de amor llamó a sus cristales sucios.

- El niño de la horca, soñaba con destruir la horca que se llevó a su padre. 

- Las prostitutas Cecilia y Leonor soñaban con un mundo mejor para los seres amados que habían dejado en su país antes de emigrar.

- La gris funcionaria Juana Fernández se inventó a una Joaquina Salavert que le permitía convertirse en la persona que le hubiera gustado ser  y, así, explica:  “... Lo que tu veías cada verano era mi sueño hecho realidad por unos días...”

- El niño que se enamoró de la niña  trapecista continuó soñando toda su vida con llevarla de la mano hasta la escuela, enseñarle los pueblos en un  mapa y caminar junto a ella hasta el mar de una postal.

- Y aquel  soldado que  muere soñando con el musgo de los tejados de su pueblo, con el olor de la lluvia en otoño y el de las eras después de la siega...

         Este es un libro de  historias de gente con historia. Historias de nostalgias, de anhelos, de sueños... Los escasos personajes que no deliran en este cuento de cuentos son quienes, a mi juicio,  realmente se presentan como seres triviales, pero hasta ellos nos enseñan la importancia de la quimera, del ensueño, por que es su carencia lo que les hace desdichados y miserables.

         Así pues, yo describiría este libro como un conjunto de personajes que, a pesar de sus destinos mas o menos grises, mas o menos tristes, mas o menos frustrados, han adquirido la destreza  de sobrevolarlos, de ganarles el pulso desarrollando una enorme capacidad para guardar en su corazón  retazos de sueños, de ilusiones,  que les permite alimentar su alma y les ayuda a afrontar su realidad.

         Yo creo que la vida está llena de hermosos momentos: pequeños instantes aparentemente  intrascendentes, pero cuya constante sucesión  acumula en un rincón del alma eso que llamamos felicidad y que permanece ignorada mientras nos afanamos en ir a buscarla quién sabe donde. Y alguno  de esos pequeños y fugaces momentos que convierten mi vida en una sucesión de cosas que me hacen feliz,  son aquellos en los que, tras leer la última frase de un libro, lo cierro y camino hacia mi biblioteca a buscar uno nuevo. Mirarlos, elegirlo y sacarlo del estante.... Me gusta sostenerlo entre mis manos  y mirarlo un rato antes de abrirlo. Es todo un ritual, un momento mágico. Antes de abrirlo, pienso qué esconderá dentro, qué lugares recorreré, que personajes me abrirán su alma y qué historias compartiré con ellos. Historias de Gente sin historia me ha hecho sentir esa mágica y maravillosa sensación con cada nuevo capítulo, sin necesidad de ir a buscar un nuevo libro a la estantería. Cada página en blanco entre relato y relato ha sido un emprender el mismo ritual, repetirme esas mismas preguntas, e iniciar una nueva aventura hacia lo desconocido,  pero sabiendo ya, con toda certeza, que me esperaba un viaje inesperado y  sorprendente en el que iba a conocer a gente, para nada mediocre, sino extraordinaria.

         Para finalizar os diré que para mí una de las palabras mas hermosas que existe en nuestro lenguaje es precisamente esa: palabra. La palabra que nos libera, la palabra que nos acerca, la palabra que convierte en aparente lo intangible. Hacemos uso de ella sin ser conscientes de su poder, un  poder que crea o que destruye, que cambia realidades. No tenemos más herramienta que la palabra para abrir nuestro corazón o para saber que se esconde en el corazón de los demás. Ni siquiera una mirada, porque hasta la expresión de una mirada, inconscientemente, la convertimos en palabras. Cuando todo se pierde, como decía Blas de Otero, siempre nos queda la palabra. Por eso,  cuando me pregunté a mi misma, inútilmente, con qué historia me quedaría, decidí quedarme finalmente con unos párrafos. Pertenecen a la conversación que se mantiene entre un enano y un niño. El asombroso enano, enloquece cuando a través del niño se entera de la destrucción del libro que andaba buscando desesperadamente. El niño, sorprendido, intenta aliviar su tristeza restándole importancia a esos papeles llenos de palabras que nadie entendía y trata de explicarle  que bien distinto sería si lo perdido hubiese sido un verdadero tesoro de oro y de plata y de cristales brillantes... Conmovido  finalmente ante  los esfuerzos  del  niño por consolarle, el hombrecillo le dice:

... Pero no olvides nunca que los verdaderos  tesoros no consisten en riquezas guardadas en cofres, sino en palabras, palabras que encantan y fascinan, que enseñan y descubren, que hacen brotar la risa y el llanto, que despiertan la ternura y la esperanza, que conmueven el corazón de los hombres y que, una vez perdidas, ya no pueden volver a encontrarse nunca mas.

         Nadie creyó en la historia del niño y hasta le robaron la moneda de oro que el enano le había regalado. Pero  al niño ya dejó de importarle su moneda de oro perdida o lo que la gente pensara de él. Aquel niño tan solo anhelaba encontrar palabras, palabras mágicas que hicieran brotar la risa y el llanto, que devolvieran una ilusión que se creía perdida, que conmovieran el duro corazón de los hombres, que sembrasen la esperanza allá donde todo se creyera perdido......

        

         Conociéndote como te conozco, Ramón, estoy segura de que aquel niño eras tú y que las palabras que anhelabas encontrar, finalmente las hallaste y las has dejado guardadas en este libro.

Dijo Marisol:

¿Las palabras curan?

¿Las palabras son ungüento o bálsamo para curar heridas?

Habría que preguntárselo a esos héroes o heroínas de la vida cotidiana que tan bien nos describe Ramón.

Las historias que jalonan las páginas del libro de Ramón tienen por protagonistas a esos seres invisibles a los que a menudo la vida nunca dio oportunidad alguna, esas personas con las que nos cruzamos a diario sin que nuestra mirada se paré en ellas, esos “otros” como algunas ancianas o las niñas de Mariquita a las que la vida sonrió poco.

Sin embargo, a través de esas palabras que Ramón inventa para esos seres invisibles, ellos van emergiendo de la nada, a través de esa manera suya de contar tan “redondeada” y tan alejada de cualquier aspereza sus contornos van adquiriendo definición, a través de esa escritura dulce tan alejada de fragores y demás pompas sociales, ellos van adquiriendo fuerza….y dignidad hasta colocarse de pie frente a tanta…y tanta adversidad.

Nos cuenta la historias de una mujer marchita que anda como tantas otras asomada al mundo a través de ventanas sucias tras las cuales el polvo y los dolores se van acumulando….hasta que su mirada tropieza con otra mirada olvidada, justamente en esos días en los que ella temía dejar de creer en los milagros….y el milagro como la primavera acaba por estallar en sus venas y de pronto se sorprende a si misma limpiando con saña el cristal sucio mientras tararea una canción.

También hay hombres asomados a las páginas de este libro, alguno como Manuel que apareció siendo niño por el pueblo sin ninguna compañía allá por los años del hambre y al que internaron en un asilo de pobres cuando las rarezas le entraron. A Manuel le gustaba decir aquello de que se alimentaba con el rocío de las plantas que transformaba en lluvia cuando cantaba.

Son relatos cortos, fugaces de gentes sin apellidos ni linajes….que transitan por la vida sin demasiada suerte.

Manuel como el resto de sus protagonistas sale de una tiniebla y quizás vuelva a otra tiniebla pero entre una tiniebla y otra hay un poco de lluvia, torrijas, unas cuantas flores, alguna canción, alguna experiencia sexual plena y alguna que otra conversación bella.

Quizás todos deseemos como sus protagonistas no llegar a la otra tiniebla con las  manos vacías ni pensar que todo ha sido vano.

Quizás Ramón sintió al escribir que andaba devolviendo parte de la belleza, del placer y de todo aquello que el mundo le había regalado.

El paso de una tiniebla a otra es un hecho pero lo que hay entre esos dos extremos a Ramón le resulta dulce, incluyendo sus momentos amargos y así nos lo cuenta….y por si las palabras no fuesen suficientes para curar las heridas, ahí estará el dinero o la plata que éstas producen para sobrevenir a las necesidades de esas niñas o ancianas de Mariquita a las que la vida no siempre sonrió.

2 comentarios

Ramón -

... y las de Marisol

MªSol -

Una regresa de vacaciones y busca en la red palabras amigas...y voces familiares. Ahí están las de Elena y también las de Ramón.
Gracias a ambos por lo vivido y lo sentido.