Historias de gente sin historia
Apenas hace unos segundos que ha empezado el día. El fuerte viento con el que siempre recordaremos el inicio de esta primavera azota los cristales de la casa y me invitan a apagar el ordenador y marcharme a la cama: Mañana, como todos los días, como casi todos los días, hay que madrugar… Pero no quiero acostarme aún sin deciros algo a todos los amigos que estáis lejos (en el espacio, porque vivís en otros lugares o en el tiempo, porque aún no os he conocido). Se trata de algo que anoche escribí a los más próximos y esta misma tarde a los periódicos y emisoras de la zona: El viernes, mañana ya, vamos a presentar Historias de gente sin historia en la biblioteca de Requena.
Como sé que los que lo estéis leyendo aquí no vais a poder venir, os voy a adelantar las palabras que he preparado y que hablan de la intrahistoria de algunos de estos relatos… Por cierto (y esto no lo voy a contar, porque ellos no la van a ver), la imagen que ilustra esta entrega es un dibujo que Arantxa Sestayo hizo para el cuento Galad y Sera, del que aquí hablo, que está en el libro y que, además, va a ser dramatizado por la buena gente de “Oleana Teatro”… hablaré algún día de ellos y hablaré también de Arantxa Sestayo y de su hermano Chuto y de su hermana Lourdes.
El libro que hoy nos ha reunido a todos en esta biblioteca no siempre ha sido así, como tú lo ves… Los cuentos que lo componen no nacieron con la vocación de estar juntos, de convivir en las páginas de un mismo volumen… De hecho, desde que finalicé el más antiguo de ellos (Galad y Sera), allá por el año 1978, hasta el último de los escritos (¿Cuánto vale una horca?), en el 2005, transcurrió un cuarto de siglo… Demasiado tiempo para que hubieran podido mantener un mínimo de coherencia estilística, si no hubiera sido porque los más antiguos han sido escritos y reescritos una y mil veces, y los más nuevos casi lo mismo…
Aún así, el libro comienza con una contradicción, soy consciente de ello, pero también de que son muchas las contradicciones con las que tenemos que convivir. Empiezo por decir que como no me gustan los prólogos al inicio de los libros de ficción, voy a resistir la tentación de escribir uno… pero eso en sí, esa presentación, ya lo es, ya nos está condicionando de alguna manera antes de empezar a leer la primera historia; la lectura debería de haber comenzado en la página 14, allí donde dice “Nunca le había gustado su nombre”… Luego, por si fuera poco, en la tercera edición se han introducido, como prólogo, las palabras con las que Noelia hizo su presentación en Casas Ibáñez…
En fin, lo que yo quería decir con mi breve introducción es que, aunque las obras de ficción no necesitan presentación, no deben ser “explicadas”, a mí si me apetecía contaros detalles de estas historias, de cómo nacieron, qué pasó cuándo las premiaron o cómo es que fueron publicadas…
Éste sería un buen momento para hablar de todos esos entresijos, de toda esa intrahistoria que se encuentra más allá de cada uno de los relatos. No recuerdo, por ejemplo y por citar uno de los que ya he nombrado, cómo ni por qué escribí Galad y Sera, aunque sospecho la influencia de El Principito, de Juan Salvador Gaviota y de otras lecturas propias de aquella época… lo que sí recuerdo perfectamente es el asombro que me produjo el que la publicaran en la revista “Óbolo”, de Barcelona; yo, hasta entonces, sólo había publicado algunos relatos de terror en una revista de “cómics” que se editaba en Valencia y que se llamaba SOS; por intermediación de un amigo que trabajaba en la entrañable Editorial Valenciana, había conseguido que me compraran algunos guiones para los dibujantes y luego intenté que me publicaran relatos, que era lo que me gustaba hacer; por lo general me los devolvían sin más y sólo, de tarde en tarde, me aceptaban alguno, después de tener que hacerle muchas correcciones que ellos me indicaban y que, de alguna manera, herían mi orgullo creador (quizás por eso nunca han aparecido con mi nombre y los mantengo escondidos bajo el pseudónimo que utilizaba para los “tebeos”)… Así es que el que, sin más ni más, me publicaran este cuento tal y como yo lo había concebido, me produjo más asombro que gozo.
¿Cuánto vale una horca?, el otro de los relatos que ya he citados, surgió aquí en Requena. El germen está en uno de los “piscolabis” que organiza la CAT, esos deliciosos encuentros en los que cualquiera puede participar con la única condición de llevar algo escrito sobre el tema que toque en esa ocasión, y que en aquella fue el de la “horca”… Yo quise jugar con dos de las acepciones, la del apero para aventar y la del patíbulo… el juego con los dos términos me sirvió para reflejar una estampa de la feria albaceteña (realmente conocí una familia de Jarafuel que iba allí todos los años a vender utensilios hechos con las ramas del almez), y, a la vez, desahogarme de la angustia que me produjo una noticia leída hacía muchos años, en relación de un accidente de tráfico en un país que tal vez no fuera Turquía.
Así, como veis, detrás de cada una de estas historia hay algo más que un personaje sin historia… El baterista del Plata, por ejemplo, no fue músico hasta la versión definitiva… durante muchos años fue sólo un personaje anodino que no se gustaba a sí mismo y que un sábado y trece (día de mala suerte para los franceses), se veía envuelto en una mala experiencia que, sin embargo, le reconciliaba consigo… Después de muchos años, un buen día se me ocurrió “pluriemplearlo” por las noches y hacerle ganarse un sobresueldo tocando la batería en un curioso cabaret, “El Plata”, ya desaparecido, al que me había llevado una amiga, que murió muy joven y me dejó, junto al de su nombre, Azucena, el recuerdo de ese antro y un par de libros de Ray Bradbury, autor al que no conseguí valorar hasta no hace mucho…
En los tiempos que se fueron y no volverán, versión corregida de la primera narración que publiqué en forma de libro (As de espadas), era sólo un capítulo que se desgajó de la novela El Cerro de los Cuchillos; en una de las múltiples revisiones que le hice, decidí sacar uno de los personajes, que no terminaba de encajar en la historia. Guardé los folios que hablaban de ella (era una mujer, una muchacha), y meses más tarde, vi en ellos el germen de un relato… le di forma y, ganando el premio “Flor de Cactus”, no sólo pude ver mi primer libro publicado, sino que tuve la ocasión de conocer a algunas de las personas que han sido más importantes en mi vida: Sonia Cabezas, Delia, José Pablo, Mariela, Bigné, Anselmo Cid… Lo curioso es que, en una posterior versión de la novela, volví a meter el personaje que se había hecho independiente y tomó tanta fuerza que acabó por convertirse en protagonista… Así que podría decirse que, en el fondo, la misma son Llanos de El Cerro de los Cuchillos, Cecilia de As de Espadas y Noelia, en esta nueva versión, En los tiempos que se fueron y no volverán.
En fin, ya que he nombrado a “Flor de Cactus”, y para terminar (que tampoco os voy a contar toda mi vida de un tirón), os voy a confesar que Prisioneros de la carpa, uno de mis relatos preferidos, se me ocurrió justo el día que recogí ese premio en Gandía; apenas había terminado de hablar y de dar las gracias cuando se me ocurrió una frase y supe, o pensé, que ése era el comienzo de una historia, una historia que durante dos o tres años no tuvo ni título ni argumento… Sólo una oración, sólo un inicio: “Su primer amigo fue un león; su primer amor, una trapecista del mismo circo”… Esta frase me la repetí infinidad de veces durante aquellos meses, pero nunca supe continuarla hasta que un día, por fin, ese león y esa bailarina se convirtieron en los protagonistas de esa historia que, junto a otras quince, podéis encontrar en este libro.. Dieciséis historias que, a su vez, se mezclan con otras treinta, las de cada una de las niñas que en este momento están refugiadas en el Hogar Niña María, en Colombia, a donde se envía cada euro que se recauda vendiendo este libro, no sólo aquí en Requena, sino en cualquier parte, donde quiera que haya alguien dispuesto a comprarlo.
1 comentario
Pablo -
En fin, ya habrá ocasión de que me firmes mi ejemplar.
Que vaya todo muy bien.
Un abrazo.
Pablo.