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Ramón de Aguilar

Caminos de tinta y papel que atraviesan Burguillos del Cerro

Caminos de tinta y papel que atraviesan Burguillos del Cerro

Dicen que la primera frase de un relato es siempre muy importante. Hoy se me ha ocurrido un inicio que podría estar muy bien: “En un lugar de La Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme…” Lo voy a guardar para cuando escriba una novela en la que venga a cuento decirlo. Para lo que ahora voy a narrar no vendría al caso, puesto que voy a hablaros de Burguillos del Cerro, pueblo extremeño situado en la comarca de Río Bodión, tan al sur de Extremadura que desde sus cerros ya se vislumbra  Andalucía; lugar al que me gustaría volver algún día y no sólo por la biblioteca de la que os voy a hablar o por su interesante centro de investigación dedicado a los templarios, desde cuyo mirador se contempla, por un lado, una bella panorámica del pueblo, apiñado en torno a su inmensa iglesia parroquial y desparramado en calles blancas de casas enjalbegadas con rejas que llegan hasta el suelo y, por el otro,  al cierzo, los Cudriales que dieron nombre y textura al bello libro de poemas que me había llevado hasta allí en compañía de su autor, de José Ángel Losada Gahete quien, mirándolos, escribía: “Las lindes marcan las distancias / que luego el amor confunde

                Fue la lluvia quien tuvo la culpa de que, al entrar en la biblioteca de Burguillos, recordara otro día igual de lluvioso en el que, también por primera vez, llegué a otra en la que no fui bien recibido: Uno de esos gnomos que, según Álvaro Cunquiero y otros sabios, custodian los tesoros enterrados en los más recónditos lugares, guardaba con el mismo celo los libros vetustos de aquel recinto abovedado; me miró con rabia y desconcierto, quizá nadie había osado antes entrar en aquella especie de mazmorra pero, como debió pensar que sólo trataba de guarecerme de la lluvia, me dejó pasar y se limitó a vigilarme de cerca mientras yo leía los lomos de los tomos apilados en los anaqueles y sacaba alguno que otro de su lugar para ojearlo. El problema fue cuando tomé un par de ellos y le pregunté qué tenía que hacer para llevármelos a casa. Dudó un instante si agredirme directamente, aprovechando que tampoco yo le sacaba tanto en estatura, o llamar a gritos al que parecía ser el señor del castillo, al que yo no había visto pero que no debía de estar muy lejos (tal vez vigilando como me vigilaban), por lo rápido que salió y la presteza con la que me arrebató los libros, para ponerlos a buen recaudo, antes de llamar a la policía municipal y denunciar que alguien había entrado en la biblioteca del pueblo con la intención de leer.

                No fue así en Burguillos del Cerro. La lluvia no era excusa para buscar refugio, sino compañera de viaje que, pese a obligar a abrir paraguas y esquivar charcos, se recibía con alborozo en esa tierra, al sur de la de Barros, donde el verano había sido demasiado largo y demasiado seco. Merecía la pena andar un poco mojados a cambio de disfrutar del aroma limpio y húmedo de las dehesas recién regadas por la lluvia, del brillo que adquirían las hojas de encinas y alcornoques, las tejas de los tejados, las negras rejas de balcones y ventanas… Había sido también en un día lluvioso en el que se marchó José, el protagonista de los poemas de José Ángel Losada que me habían llevado hasta allí: “Se fue la otra tarde con la lluvia, /  con sus tibias raíces de indigencia y frío / recosiendo nostalgias”…

Para acompañarnos y hacernos de guía, en la centro sociocultural, a José Ángel y a mí, risueña, nos esperaba Mari Carmen Campanón, y fue ella quien me invitó a conocer la biblioteca, que a esas horas del día no estaba abierta al público y ofrecía el encanto del silencio y las mesas vacías, de los estantes repletos de libros que aguardaban, pacientemente, la llegada de los lectores que acudirían a la tarde. Me alegró la propuesta, porque siempre me ha gustado visitar las bibliotecas de los lugares por los que paso y recordé que antes, cuando veraneábamos en familia, me gustaba ser lector en las que eran ignoradas por los turistas de playa en Benidorm, Mojácar, Oropesa del Mar, Salou… o en pueblos del interior como Mañón, Ayora, Cazorla… Como en Villatoya (más pequeña) o en Mariquita (más grande), la biblioteca de Burguillos del Cerro está recogida en una sola sala. José Ángel y yo buscamos la estantería de los libros de poesía, donde hace tiempo que hay un hueco aguardando los suyos, para buscar las obras de los poetas extremeños de los que habíamos estado hablando la noche anterior: Luis Chamizo, Álvarez Lancero, Gabriel y Galán, José Antonio Zambrano y otros, entre quienes no deberían faltar mis amigos Florián Recio ni Francisca Gata, pero muy especialmente Manuel Pacheco, por el cariño con el que yo lo recuerdo como lector y él, además, como persona.

                A la entrada de la biblioteca nos encontramos con un enorme cartel, junto al que me fotografié para ilustrar esta entrada al blog, en el que se anunciaba una entrañable campaña de animación a la lectura y la escritura, basada en la Ruta de la Plata, la calzada que los romanos utilizaban para comunicar el sur con el norte de la península (desde Mérida hasta Astorga), y en la que se incluía una exposición (“Emboscados”), en la que, a través de once paneles con otros tantos textos literarios, se nos adentra “en el bosque inagotable de la literatura recorriendo, a través de algunas de sus mejores páginas, la antigua Ruta de la Plata. De Sevilla hasta Gijón, pasando por Almendralejo, Mérida, Plasencia, Salamanca, Zamora y Astorga, la exposición muestra la fuerte relación entre el alma sensible y la fascinante sabiduría de estos lugares, considerados mágicos y sagrados”, con poemas de Antonio Machado, Carolina Coronado, Claudio Rodríguez y textos de otros autores de la zona…

Guardar todo esto en el recuerdo, que forme parte de la memoria de mis vacaciones de este otoño del dos mil doce, me hace pensar en cuánto puede dar de sí la visita a una biblioteca, aunque sea por primera vez en la vida, aunque esté cerrada, aunque llueva… Incluso, aunque la entrada hubiera estado celosamente custodiada por un gnomo malhumorado, cuánto más si, como en Burguillos del Cerro, quien te abre sus puertas lo hace con un sonrisa en los labios y con un chispa igual de risueña en la mirada.

1 comentario

Puri Novella -

Efectivamente las bibliotecas son, siguen siendo, lugares indescriptibles que siempre guardan hermosos secretos y nos reconcilian con la vida. Con tu manera de contarlo me has hecho viajar en el tiempo de mis libros y mis bibliotecas. Hermoso relato.