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Ramón de Aguilar

Libros, pan y zapatos

Libros, pan y zapatos

(Recordando a Lorca y a Emilio Murcia)

 

Buscando otros textos he ido a toparme con el de un discurso que dio Federico García Lorca cuando lo invitaron a inaugurar la biblioteca de su pueblo (Fuente Vaqueros), en septiembre de 1931. No sé si el título del mismo (“Medio pan y un libro”) se debe al poeta o a quien lo ha recogido en una página de Internet, pero a mí me ha invitado a la lectura y me ha hecho recordar a Emilio Murcia, hombre bueno al que ya he citado en alguna ocasión y que, cosas de la vida, debió morir casi a la misma edad temprana que Lorca, aunque años después y por causas más naturales.

La historia se la he oído contar a Maribel Rubio, su viuda, quien quizás no necesitó escucharla de labios de sus suegros, pues su relación con Emilio se remontaba a la infancia de ambos y, cuando esto ocurrió, él era ya un adolescente que, por falta de recursos, iba “descalzo” al instituto de Requena; entendiendo que, aunque sin zapatos, iría a sus clases de bachillerato calzando las típicas albarcas que usaban todos los hortelanos de Villatoya, su pueblo; buenas para regar y andar por ribazos, pero poco adecuadas para proteger los pies en las frías mañanas de hielo y escarcha. Cuenta Maribel que unas Navidades, con esfuerzo, lograron los padres de Emilio reunir el dinero necesario para que se comprara unos zapatos en Requena… Y de Requena volvió, tan descalzo como se había ido, pero con un puñado de libros con los que enriquecer su incipiente biblioteca.

Maribel lo cuenta mejor que yo; así es que más vale dejarlo aquí y, sin más, pasaros el texto de Lorca que me lo ha hecho recordar:

 

Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. “Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre”, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía. Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: “amor, amor”, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: “¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!”. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: “Cultura”. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.

2 comentarios

Iluminada -

¡Que gran poeta fue Lorca! Para mí, único en su época, y seguirá siendo un poeta universal por los siglos de los isglos. Gracias, querido amigo, por este regalo que nos haces a todos sus seguidores, y también mi gran respeto para el señor Emilio Murcia.

Puri Novella -

Qúe decir del discurso de Lorca... válido para cualquier épocaa, necesario como el agua. Coincido con él en que la crisis cultural es la peor de las crisis, de difícil solución. Cierto que todos, de una manera u otra, acabamos convertidos en máquinas al servicio del Estado. Hoy, casi ochenta años después, seguimos sin haber recuperado plenamente muchos de los valores principales que puso en marcha la II República. Gracias por esta entrada, que supone un abrir los ojos y tener criterio... y leer.