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Ramón de Aguilar

Dulcinea y yo

Dulcinea y yo

            No puedo recordar cuándo oí hablar por primera vez de Dulcinea del Toboso, ni cómo llegué a saber quién era y de su relación con Don Quijote; pero no me cabe duda de que eso fue mucho antes de leer por primera vez el libro de Cervantes… Y estoy convencido de que algunos de vosotros, pese a no haber leído nunca la novela, no ignoráis casi nada de Aldonza Lorenzo, la labradora manchega que el Caballero de la Triste Figura convirtió en la más hermosa de cuantas mujeres se pasean por las páginas de los libros… Es más, esta misma tarde me he sorprendido pensando que llegará un día en el que en el mundo no habrá nadie que haya leído a Cervantes y, sin embargo, la mayoría de la gente seguirá sabiendo quiénes fueron Don Quijote, Sancho Panza o Dulcinea del Toboso. Leer será cada vez más un acto marginal, de rebeldía… pero la literatura siempre seguirá viva (aunque ya no habite en los libros); tal vez desaparecerán la mayoría de los títulos que conocemos, pero las obras geniales permanecerán… Si no me creéis, tiempo al tiempo; yo no lo veré, quizás por eso no me asusta ni preocupa: mientras vivamos yo y algunos de mis amigos, habrá lectores de libros; si luego no los hay, ellos se lo perderán (a mí lo que me duele es saber que me perderé similares placeres que ya se asoman por el horizonte, y que ya no voy a ser capaz de aprender a disfrutar).

            Pero volvamos a Dulcinea. Sólo quería decir que no hace falta haberse leído completo “El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha” (aunque yo lo recomiendo), para darse cuenta de que la importancia de este personaje: su popularidad, la simpatía que despierta, la influencia que ejerce incluso en el mundo real (puede medirse en nombres de calles y plazas, de marcas comerciales, pequeños comercios, certámenes literarios, etc); es muy superior a la que le confiere Cervantes en la novela (tanto por el espacio o el cariño que le dedica, como por los datos que da de ella); de hecho ni siquiera es una invención del autor, es una creación del propio Don Quijote (Aldonza Lorenzo está al mismo nivel que Alonso Quijano, Sansón Carrasco o Sancho Panza; pero Dulcinea del Toboso se nos presenta como un personaje inventado por otro personaje). Quizás se podría decir lo mismo del propio Don Quijote: el personaje de Cervantes es un anciano endeble que ha perdido el juicio y se ve a sí mismo héroe valiente y vigoroso, dotado con todas las maravillosas cualidades con que se pintaban a los protagonistas de las novelas de caballerías; Dulcinea es una labradora cuarentona, hija de aldeanos, analfabeta y con la cara picada de viruelas, mas él la ve poco menos que como a una joven y hermosa princesa… No sé si la diferencia está en que mientras los lectores y no lectores del libro, siendo conscientes del vínculo entre Alonso Quijano y Don Quijote, valoran a cada uno en función del otro; Dulcinea del Toboso eclipsa totalmente a Aldonza Lorenzo y, por decirlo de alguna manera, tiene su propia existencia, incluso al margen del personaje cervantino que la inspira y que ni siquiera la conoce (si no recuerdo mal, nadie llega nunca a hablarle de Don Quijote o tratarla como Dulcinea).

            Esta última reflexión me ha hecho recordar que una vez, como lector, se me ocurrió tratar de ponerme en el lugar de Aldonza Lorenzo. ¿Cómo se hubiera sentido de saber lo que un vecino, en el que por muchísimas razones nunca se había fijado, andaba diciendo lo que de ella decía y haciendo lo que en su nombre decía hacer? Cualquier cosa que haya leído al respecto (y que no es digna de mención, ya sea carta, poema o relato), trata de mostrar a una mujer enamorada, orgullosa de su suerte, transformada por el amor ideal, romántica, comprensiva, tan dulce como su propio nombre indica… Mas yo la imagino indignada, sintiéndose burlada por los piropos y halagos que sabe no merecer, acosada por tanto vencido que va a postrarse a sus pies sin que ella lo quiera ni entienda. No sólo es agobiante que se empeñe en amarte y agasajarte alguien a quien tú no quieres, puede llegar a crear pánico si quien lo hace se muestra tan obsesivo, por muchas que sean las palabras bellas o florituras que utilice en sus cartas de amor.

            No soy un entendido en El Quijote y no me extrañaría que más de uno me enmendara la plana... Tampoco entenderá quien este leyendo estas líneas a cuento de qué viene hablar de Dulcinea en esta ocasión, cuando ya no se celebra ningún centenario de la novela y hace más de un año que la leí por última vez. Pues, ya veis, por poca relación que parezca tener, todo se debe a mi aportación anterior en el blog, al cuento de “Bajo sus viejas botas”, porque recibió el primer premio del último certamen literario Dulcinea, de la Asociación Acción Cultural Miguel de Cervantes, de Barcelona… No suelo ganar premios (si cuando los menciono parece otra cosa es porque los he ido sumando a lo largo de muchos años), así es que resulta realmente curioso que el anterior que me otorgaron, un año antes, también llevara el nombre de Dulcinea, aunque se trataba del certamen convocado por la Casa de Castilla-La Mancha en Zaragoza. ¿No es curioso? A mí me lo parece, por eso me paré a pensar en este personaje y decidí contároslo porque así, de paso, también justifico el cuento que, sin explicación ninguna, os pasé el otro día.

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