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Ramón de Aguilar

25 de julio de 1985: Los otros

25 de julio de 1985: Los otros

            Hace días que estoy encerrado a cal y canto en Villatoya, preparando el último examen de la oposición. Me he venido de Salamanca porque, al final, no voy a ser escritor (como toda la vida había pensado), sino funcionario, como mi padre y mi abuelo. Eso me permitirá comer de caliente todos los días (“pan poquito, pero blandito”), y no me impedirá escribir, de vez en cuando, algún artículo para el periódico de la capital de la provincia o algún poema para los juegos florales del pueblo. Además, no voy a ser un funcionario cualquiera: Me voy a pedir destino en una embajada de Centro o Sudamérica… Si me animo, hasta puede que en Hungría, para practicar el húngaro que he aprendido este curso; o en Madagascar, como mi amigo Emiliano; da igual: Iré allí donde quiera que me ofrezcan una plaza de canciller; pero para eso tengo que aprobar también este último examen (ya he superado los dos primeros), y por esa razón me he aislado de todo el mundo y sólo salgo de mi cuarto para comer; ni siquiera a Juana le dejo que venga a verme. Me levanto antes del amanecer y me acuesto de madrugada. Hoy he hecho una excepción: Después de comer, me he subido a Casas Ibáñez a tomar un café y asomarme a las puertas del cine Rex. Lo he decidido al enterarme, en el telediario de las tres, mientras comía, de que anoche murió José Bódalo. Como es festivo, las rejas estaban abiertas; pero, como era pronto, las puertas aún estaban cerradas. A través de los cristales he escudriñado el interior y, como cuando era niño impaciente, he tratado de vislumbrar qué películas se anuncian, para proyectar “próximamente”, en los carteles más lejanos. Apenas se alcanzaba a ver el título en la distancia; sólo cuando estaba dentro, podía pararme ante cada uno de ellos y leer minuciosamente toda la información que acompañara a la imagen: Manuel J. Goyanes presenta. Ramón y Manolo, Duo Dinámico. Marisol. Isabel Garcés. Robert Hutton. “Búsqueme a esa chica”. Juan Carlos Mareco, Pinocho. Perla Cristal. Con la participación de Ethel Rojo y José Bódalo… Quizás fuera ahí, con su nombre destacado con un recuadro, donde supiera de él por primera vez pero, con sus inolvidables interpretaciones en Estudio 1 (“Trampa para un hombre solo”, “Misericordia”, “Doce hombres sin piedad”…),  terminaría siendo uno de mis actores preferidos. Por eso he querido rendirle este pequeño homenaje, viniendo hasta el cine en cuya pantalla lo vi por primera vez y, aunque supongo que seguiré viéndolo en sus películas, cuando regresaba a Villatoya, se me ha ocurrido pensar que sin él, Casas Ibáñez, el pueblo de mi niñez, parece más vacío… Es algo que a partir de ahora me va a ocurrir siempre que se muera alguno de los actores, de los cantantes, de los artistas que han formado parte de mi infancia, de mis juegos de niño, de mis primeros sueños: José Isbert, Manuel Aleixandre, Rafaela Aparicio, Alberto Closas, Fernando Fernán Gómez, José Luis López Vázquez… Cuando dentro de unos años (faltan más de veinte), se muera María de los Ángeles de las Heras, lo explicaré con un texto al que llamaré “Los otros” y que, más o menos, dirá de esta manera:

 

El pregonero llevaba una trompetilla de latón en la mano derecha y, así fuera invierno o verano, la boina calada hasta las cejas. Siempre andaba ligero, aunque no llevara prisa, pues tenía que recorrer todas las calles del pueblo e ir parándose en las encrucijadas para canturrear su mensaje, ora fuera la llegada de un camión a la plaza (para vender mantas, frutas o cualquier otra mercancía), ora un bando del alcalde o el anuncio de la muerte de un vecino... Aunque quizás de esto sólo se encargaban las campanas, los mismos bronces que tocaban a arrebato si se había incendiado una casa o un pajar, que llamaban a misa los domingos, anunciaban las doce del medio día (la hora del Ángelus), y tañían tan pausada como acompasadamente cuando alguien se había marchado del pueblo para siempre. El hombre escuchó la noticia en el televisor del bar, mientras comía solitario en un rincón apartado de la barra en la que, con estrépito, se servían los cafés; en otras mesas, otros parroquianos se jugaban ya la copa al dominó (golpeando ruidosamente las fichas contra el tablero), o a las cartas (levantando la voz para señalar el triunfo o cantar la afortunada concurrencia de un rey y un caballo del mismo palo y en la misma mano). Nadie pareció inmutarse con la noticia. El pregonero hacia mucho tiempo que había dejado de pregonar y las campanas de la torre, esta vez, no habían tocado a muerto; quizás nadie iba a echar en falta por las calles del pueblo a María de los Ángeles de las Heras, Marieta… Mas el hombre, mientras vertía el azúcar en la taza del café y le daba vueltas con la cucharilla, para endulzarlo y que se enfriase un poco, recordó la primera vez que la había visto allí mismo, siendo él todavía un niño y ella poco más que una adolescente. Debió de ser en los primeros años sesenta, cuando Don Vicente, además de farmacéutico era el alcalde; cuando Tomás Pérez Úbeda era un maestro y no el nombre de una calle; cuando no sólo había cine varios días a la semana, sino que además, los sábados y domingos, se llenaba… Muchas uvas habían dado las cepas desde entonces, muchas cosechas de trigo los campos que, por fin, después de larga sequía, volvían a estar encharcados. La muchacha, una ayudante de peluquería a quien le daban miedo las tormentas, se había convertido en mujer, se había casado con Antonio y había tenido tres hijos, que ahora lloraban su muerte al otro lado de la pantalla del televisor...Podía parecer ajena a todos los que mataban el tiempo en el bar y, sin embargo, de alguna manera, había formado parte de sus vidas, de la del pueblo en el que estaban y de la de cada uno de ellos; había sido, como cada cual, un personaje más de la historia que día a día, desde hace cuatrocientos años, se escribe en las calles de Casas Ibáñez; como los comerciantes y los hosteleros, como el alcalde y sus concejales, como los maestros que aquí viven o que cada día del curso vienen desde fuera a impartir sus lecciones, como los agricultores y las amas de casa, como los estudiantes, los albañiles, los carpinteros, los jubilados... Son los "famosos", los de ayer y los de hoy, los de siempre: cantantes y toreros, futbolistas y presentadores de televisión, actores y actrices... son los otros, los que nunca vinieron al pueblo, nunca jugaron con los niños al salir del colegio, ni hicieron tertulia con sus padres en el café, ni se sentaron en un banco de la Cañada con los abuelos; no fueron a la Virgen de la Cabeza, ni a pasear por la feria, ni a merendar en la Calera... no se bañaron en la balsa del Gato, ni amanecieron en la Melody, ni acudieron el lunes a comprar en el mercadillo... Pero estaban y están presentes en los sueños de todos, en los juegos de los niños, en la imaginación de los mayores, en las conversaciones del casino, en el jolgorio de las costureras, en las fantasías nocturnas de hombres y mujeres, que quizás se aman y se amaban con los ojos cerrados, creyendo tener en los brazos a la protagonista de la última película, o escuchando el envolvente susurro de la voz de un cantante de moda... nunca vinieron, pero siempre estuvieron con los que nunca se fueron... Tal vez por eso, cuando el hombre salió del bar en el que había comido, a medida que caminaba por las calles del centro, tenía la sensación de aquella tarde de incipiente primavera, aunque ella nunca hubiera estado en Casas Ibáñez, sin Rocío Dúrcal, María de los Ángeles de las Heras, el pueblo se había quedado un poco más vacío para siempre.

1 comentario

Puri Novella -

Fantástico, claro, ha merecido la pena esperar, pese a que "El que espera, desespera".
Un abrazo.
Puri.