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Ramón de Aguilar

La vida es una tómbola

La vida es una tómbola

Amador siempre dice que, cuándo éramos pequeños, yo quería ser “feriante”. Lo que yo recuerdo es que quería serlo todo; aunque me imagino que lo mismo os ha pasado a cada uno de vosotros: Desde carpintero a médico, desde misionero a cantante, desde portero de fútbol a periodista… El afán por escribir y por viajar me acompañaron siempre; pero es que éstos no eran incompatibles con todos los demás. Un profesor del instituto de Casas Ibáñez me vaticinó que nunca sería nada; pero, años más tarde, al acabar C.O.U. en Valencia, otro me dijo que yo podría llegar a donde me propusiera… El del pueblo se acercó más a la realidad, pero durante muchos años, si me esforcé por conseguir algo en la vida, fue por llevarle la contraria, no porque tuviera verdadero interés en ninguna de las carreras que comencé… El otro día fui al cementerio de Casas Ibáñez, que era uno de mis lugares preferidos en la adolescencia (incluso lugar de encuentro en citas clandestinas con la novia de un amigo… convencidos de que allí nunca nos iban a encontrar), y entre los recuerdos, me tropecé con la tumba de aquel  hombre. Me dio verdadera pena. Era un mal profesor y una mala persona, pero resulta que lo recuerdo con cariño…

            Mas volvamos a los feriantes. Aunque no lo fui, uno de los juegos que en mi niñez se estilaban era el de hacer tómbolas en las que se rifaban todo tipo de juguetes de plástico rotos y tebeos gastados por el uso. Creo que lo reflejé en uno de los capítulos de La Calle de Atrás, uno que se llamó “Luchas y tesoros”. No estoy muy seguro, pero luego lo busco y, si me da tiempo, lo coloco también en el blog, por si a alguno de vosotros le apetece leerlo. Lo de las tómbolas surgía espontáneamente, nunca supe cómo, pero de pronto alguien la hacía y poco a poco todos los niños se iban contagiando y montando las suyas en las puertas de sus casas… Si hice alguna fue dejándome llevar por la corriente, así es que el único mérito que me cabe es el de haber montado el Teatro Circo “La Ponderosa”, en cuya única función no sólo hubo magia, canciones y volteretas, sino también la representación de una obra de teatro que yo mismo escribí sobre la muerte de Viriato, episodio que, al parecer, me impresionaba. Las entradas se vendieron a dos reales y estaban impresas de verdad pues, como otras veces, Jesús Gòmez, el impresor con quien todavía me paro a hablar alguna vez, nos siguió la corriente y se prestó a hacérnoslas.

            Cuando años después conocí a Ana no me enamoré de ella porque sus padres hubieran sido feriantes, ni porque la imaginara nacida entre tómbolas y tiovivos, caballitos y coches de choque, sino por otras razones que no vienen al caso y las mayorías de las cuales estarán escondidas por los recovecos del inconsciente. Además, la historia de su familia la supe cuando ya salía con ella y lo único que cabía era escuchar las historias que me contaban, y lamentar que aquel fuera un tiempo pasado y que nuestro noviazgo no tuviera lugar en un carromato de circo o la taquilla de una montaña rusa.

            Mas si cuento todo esto no es tanto por recordar viejos tiempos como porque me sirve de prólogo para deciros que la otra noche (hace ya unas semanas), tuve la ocasión de hacer realidad ese sueño y estuve “trabajando” en una tómbola de verdad, en las fiestas de Alborea. Verdad es que mi colaboración se limitó a vender boletos durante unas horas y entregar algún premio pequeño, algún encendedor, libro o botella de vino… pero por un momento allí estaba, bajo las luces, al otro lado del mostrador, como un feriante más. La razón era bien sencilla, Cáritas, que monta todos los años esa “Tómbola de la Solidaridad”, me había ofrecido la recaudación de este año para los proyectos de Colombia (no vuelvo a describirlos porque ya los debéis de conocer todos y, si alguno no, puede verlos en la página de Acumán, a la que se accede pinchado aquí)… Bueno, no sé si al final la ayuda vendrá o no, pero para mí fue muy agradable ver realizado ese sueño de la infancia y constatar, una vez más, que nunca es tarde para nada, que la vida siempre nos da sorpresas y que lo que no ha ocurrido nunca, se hace realidad en un solo día… Que también la vida es una tómbola.

            Y el título no es sólo por esto. Cuando de verdad se me ocurrió fue una semana después, cuando se reunió el Jurado del IX Certamen Literario “Emilio Murcia”. Cada vez que he tenido la oportunidad de vivir un momento así, he tenido la misma sensación. Más de quinientos trabajos se habían presentado a concurso entre las dos categorías. La mayoría de ellos malos o muy malos; pero unos veinte o treinta bastante interesantes y, auque la calidad de algunos de estos pudiera ser discutible, al final siempre quedan diez o doce cuentos y otros tantos poemas que podrían ser premiados perfectamente… pero el galardón ha de ser sólo para uno… Y ahí es donde me doy cuenta de lo relativo que es todo. Este año, Noelia y yo estábamos convencidos de que iba a ganar un relato llamado “El instante”, pese a ello, su favorito era “Seis” y el mío “Encuentro entre dos mundos”. Los demás nos parecían que estaban como de relleno. Los dos primeros que desechó el jurado fueron nuestros favoritos. Luego el que iba a ganar seguro. Al final el premio fue para “Sombras”, un bello relato, que a ella no le gustaba y que yo tuve que volver a leer para recordar. ¿Qué hubiera ocurrido si en el jurado hubiéramos estado nosotros, si hubiera tenido otros miembros o si, aún siendo los mismos, se hubieran reunido otros día?

            Y así con todo. ¿Cómo llegamos a conocernos? ¿Recuerdas la primera vez que nos vimos? Seguro que en el origen de todo, en la razón del primer paso que nos acercó aquel día, hay algo intranscendente, una nimiedad, una tonta decisión que podríamos no haber tomado porque daba igual y, sin embargo, eran el paso, la decisión, la ocasión que la vida nos brindaba para conocernos.

            No quería irme por estos derroteros. No quería ponerme tan serio. Me estuvieron urgiendo para que entregara mi colaboración de este mes al “Casas Ibáñez Informativo”. Hacía semanas que el tema lo tenía claro; el tema, el título y un esquema… Pues bien, cada vez que me ponía a escribirlo me salía un borrador completamente diferente y nunca tenía un trabajo terminado para entregar… Y hoy, lo mismo: Sólo pensaba contar lo de la tómbola de Alborea y mira por donde vamos ya.

            El otro día recibí un correo electrónico de Carmen Morales, desde México, en el que me decía que le estaban gustando los relatos de Historias de gente sin historia. Quise escribirle unas líneas para darle las gracias y le conté todo esto:

Me alegra que te esté gustando la lectura de mis relatos; si hubiera sido oportuno, me hubiera gustado contar, al inicio de cada uno, la historia de cómo y cuándo nacieron, de los avatares que siguieron hasta adquirir esa forma definitiva en la que los estáis leyendo; porque ahí, de algún modo (junto a las anécdotas, las situaciones y los personajes de los mismos), está mi vida o parte de mi vida; desde "Galad y Sera", que debe de ser el más antiguo de los publicados y que escribí en Barcelona, cuando era un soldado que se negaba a vivir en el cuartel y tenía que ganarme la cama y la comida trabajando por las tardes (recuerdo la habitación de alquiler que compartía con un amigo chileno, al que le perdí la pista y que creo recordar que se llamaba Hugo Francisco "Noséqué" Cortés y con Agustín, que andaba por Roma dando clases de español la última vez que supe de él; la mesa camilla sobra la que leía los anuncios de trabajo del periódico, escribía las cartas a mi novia de entonces, Chima, quien luego fue mi primera mujer, y relatos como éste… Recuerdo el falso platanero que daba sombra a nuestro balcón y el tramo de la calle Diputación que alcanzábamos a ver si salíamos a él; la forma peregrina en que conocí a los editores de la revista "Obolo", que lo publicaron y, junto a estos recuerdos, como las cerezas enzarzadas en un ramillete, vienen otros recuerdos: las canciones que Agustín componía y cantaba con su guitarra, sólo para él; la piedra de lapislázuli que Hugo Francisco cargaba con la ilusión de venderla un día para salir de pobre; Feli, la patrona que nos había alquilado el cuarto, que nos fiaba comida de su despensa, cuando no nos quedaba otra cosa que comer, y que tenía un amante borrachín, al que trataba de esconder con poco éxito, porque ya se encargaba él de que lo viéramos, aunque fuera en calzoncillos, unos calzoncillos con un estampado que simulaba la piel del tigre... Y, junto a ellos, también un viaje en tren a Sitges, ligues de una sola tarde o una sola noche que no me han dejado el recuerdo de su nombre ni de su cara, pero sí un relato escrito ("Merche está en la hierba", "Necesitamos una Maga"...); y, ahora que nombro a la Maga (existió de verdad, hace poco la vi en una entrevista que le hicieron, anciana ya), recuerdo también muchas horas leyendo a Cortázar, que me fascinaba, y a Torrente Ballester, al que descubrí allí mismo, justo en aquella época, en aquel lugar.

         Luego vendrían los demás relatos. "El baterista del Plata", del que hubo varias versiones y otro título (“Sábado y trece”),  hasta que encontró su forma definitiva el día que le sumé mis recuerdos del casco viejo Zaragoza y un cabaret muy peculiar de la calle conocida como El Tubo, al que iban viejos y soldados; me llevó una amiga que se llamaba Azucena y sabía que se iba a morir de cáncer, de hecho me regaló algunos de sus libros como recuerdo (El país de octubre, de Ray Bradbury, por ejemplo), sabiendo que ya no nos veríamos nunca más, porque ni siquiera éramos tan amigos como para que alguien me dijera que se había muerto; sólo un día dejé de recibir sus cartas y ya no la busque más, ni siquiera cuando, años después, fui novio de Sonia, que estudiaba allí veterinarias e iba a verla con frecuencia y juntos paseábamos por la ciudad, comprábamos libros en alguna librería de lance, tomábamos "quemadillos" en alguna cafetería del centro y, antes de irnos a dormir, nos asomábamos a las oscuras aguas del río Huerva, que separaba su barrio del centro... Aún volví algunas veces, tanto el año que Amador estuvo allí de “fraile” con los Hermanos de San Juan de Dios, como en alguna visita en plan turístico (por ejemplo, para llevar a los padres de Eliana a que conocieran la Basílica del Pilar)… Pero recuerdo también la noche en la que, hasta bien entrada la madrugada, estuve escribiendo esta versión, recorriendo con un dedo las calles del barrio sobre un mapa de la ciudad, en el que iba haciendo anotaciones; luego la entrega del premio, el reencuentro con Fernando Lalana, el curioso restaurante al que me llevó a cenar y el paseo que, bien entrada la noche, nos dimos por los escenarios de mi relato y por los lugares en los que a la ciudad le gustaría hacer una Exposición Universal

         Bueno, no puedo seguir así, repasando cada uno de los cuentos del índice hasta llegar al último escrito (“¿Cuánto vale una horca?”), en el que mezclaba mis recuerdos de la feria de Albacete, con los de una familia que conocí en Ayora (descendiente de Jarafuel), que hacía ese tipo de astiles, horcas y garrotes y una noticia leída hace años en la prensa y que me impresionó (el linchamiento de un camionero español que había atropellado a un animal, no fue un niño y tal vez tampoco fue en Turquía); todo esto lo mezclé para uno de los piscolabis literarios de la CAT; pero hablar de éstos, de las obras de teatro (como la de “Criaturas”,en la que colaboran Eliana y los niños), del certamen literario que convocan, de la gente a la que tanto aprecio (como Montse, Ángel, Lorenzo, Mamen, Cano… por citar sólo a los que vinieron a la presentación del libro en Casas Ibáñez, pero dejando claro que hay muchos más: Celia, Rafa Muñoz, la familia Monzó al completo, Miguel Ángel Plaza e Isabel Garrudo, Isabel Sanchís… y cada uno con su historia, como Ayora y Jarafuel, Lidia y sus hermanas, la feria o las ferias… sería como el cuento de nunca acabar; así es que mejor lo dejo y me voy despidiendo

            Bueno, Carmen ya no me ha escrito nunca más… A lo mejor tú tampoco vuelves a entrar en el blog. Por si acaso, la próxima vez seré más breve.

4 comentarios

Ramón -

Gracias a todos vosotros por dedicar parte de vuestro tiempo a leerme... También yo me paso alguna vez por los blogs de Coro y Gatopardo (de quien estoy deseando leer su último libro)... Y, en cuanto a Mónica, pues ya sabe ella, ya saben todos, que es un importante pedacito de mi vida.

Monica -

tu nunca dejas de sorprenderme con tus cuentos...

Gatopardo -

Gracias por contarnos este aluvión de recuerdos.
Sí, volveré a pasar.
Saludos cordiales

Coro -

Ramón, hola
Me hubiera encantado andar por allí en esa feria... y verte en la tómbola.
Saludos desde Cancún

http://coroperales.blogspot.com