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Ramón de Aguilar

Feliz Navidad, maldito funcionario

Feliz Navidad, maldito funcionario

            Teresa, la mujer de Pablo Marín, soñaba con que en una rifa le tocara una máquina de coser. Él, con un premio de lotería. Un premio lo suficientemente grande como para poder alquilar una habitación con ventana a la calle.

Es posible que muchos de vosotros no conozcáis a Pablo Marín, un personaje de ficción, el protagonista de una novela que escribió Dolores Medio y que se llamó Funcionario público. Quienes se decidan a leerla lo encontrarán un día cualquiera de los primeros años cincuenta,  camino de su trabajo en Telégrafos. Eran otros tiempos… o lo parecían. A lo largo de la novela veremos las penurias de este pobre hombre; pobre por la miseria en la que vive y que se refleja incluso en sus sueños; el más inalcanzable de ellos, poder alquilar un piso para él y su mujer, dejar de vivir realquilados en una habitación, no tener que hacer turno para entrar al baño, asomarse a una ventana que no dé a un patio de luces… Eran otros tiempos... o lo parecían. También eran otros tiempos cuando yo aprobé la oposición, cuando entré en la Administración y alguno de mis compañeros renunció al puesto de trabajo, porque le dieron la plaza en Madrid o Barcelona y, si tenía familia, el sueldo no le alcanzaba para vivir allí. Quienes no la tenían, pudieron compartir piso, que es una forma más moderna de realquilarse.

Pablo Marín es un hombre feliz, soñador y entusiasta. Lo describo en presente porque, aunque Dolores Medio murió en 1996, él seguirá vivo para siempre, acudiendo cada mañana a su oficina, como una condena de la que no podrá escapar hasta que desaparezca el último de los ejemplares que se publicaron de la novela. En la habitación donde duerme y vive, come de caliente todos los días la sopa, las lentejas o la menestra que su mujer prepara en la cocina compartida… A quienes leemos la novela puede parecernos que lo pasa mal, que lleva una vida miserable: No se afeita todos los días, un poco por dejadez y para no gastar tantas cuchillas; lava la camisa una vez a la semana, para ahorrar el jabón que su mujer hace en la cocina; nunca ha ido a un cine de estreno y, cuando está muy cansado, regresa a casa en metro, porque el autobús es un lujo… Pero Pablo Marín no pierde la esperanza. Es un soñador, un soñador iluso, pero un soñador que, cuando cobre la paga extra de Navidad, se comprará una gabardina.

… Cuando cobre la paga extra. Cuántas ilusiones, cuántas necesidades se van postergando mes a mes para ese momento.

 Cuando llegaba mi padre con la extraordinaria, que entonces se cobraba en metálico, servía para pagar la cuenta de la tienda de ultramarinos, los zapatos que se rompieron nada más empezar el curso, el último plazo de la lavadora que ya había sido devuelto dos veces, comprar los turrones, juguetes que mantuvieran viva la ilusión de los Reyes Magos en los hermanos más pequeños… Años después, las cosas han cambiado: en los supermercados ya no apuntan en una libreta con tapas de hule, sino que facilitan una tarjeta de crédito para hacer frente a la falta de efectivo; los plazos de la lavadora, que también se rompió en el momento más inoportuno, están domiciliados en el banco; pero se sigue debiendo, se sigue necesitando la extra para ponerse al día, para pagar el último recibo de la luz, que se ha disparado con la subida del IVA y la llegada del frío, el del seguro del coche que el banco ha devuelto porque no había fondos, el segundo plazo de la matrícula en la Universidad (porque ya no se puede permitir uno pagar de golpe el importe de dos asignaturas al año)… se sigue necesitando para hacer una cena especial en Noche Buena o en Noche Vieja, y para que los niños de hoy tengan su regalo y puedan seguir creyendo en los milagros…

Si algún gobierno de antaño, legítimo o ilegítimo, hubiera decidido embolsarse esa paga, no sólo habría hecho daño al trabajador castigado, sino al tendero que dejaría de cobrar su cuenta, al zapatero que no podría seguir fiando, al vendedor de electrodomésticos que también se surtía de juguetes cada Navidad, para proveer a los Reyes Magos… Hoy, como entonces, cuando el gobierno de turno decide desviar el dinero de sus empleados, castiga a toda la sociedad, aumentando la pobreza y la desesperanza, porque lo quita de la circulación, repercutiendo en tiendas, hostelería, transportes, contribución a “oenegés”, talleres…  Este gobierno que no es de todos, este gobierno que no representa más que a una minoría de españoles que, además, les votó a tenor de falsas promesas y engaños descarados, decidió que este año, cuando algo más de tres millones de españoles llegaran al último día de trabajo antes de las fiestas de Navidad, por primera vez desde hace 67 años, no tuvieran esa paga; decidió apropiarse de ese dinero para atender la deuda ilegal generada por la especulación, el despilfarro y la malversación, cuando no el robo desvergonzado y consentido. No es, además, una medida justa porque discrimina, porque quita derechos en base a una condición (la de empleado público), como podía hacerlo en base a cualquier otro criterio (raza, creencia, sexo…). No es una ley para todos, ellos mismos (diputados, concejales, alcaldes, asesores), la han cobrado (con la excepción de quienes voluntariamente hayan decido no hacerlo); la ley aquí no es igual para todos, como ya no lo van a ser la sanidad, ni la educación, ni la justicia… Se apropian de algo que no es suyo y lo hace sin negociar, sin buscar otras soluciones, sin estudiar otras alternativas. Como es propio de los cobardes, de los mezquinos, de los miserables, pisan al más débil, se ensañan con el más indefenso, con quien más depende de ellos: parados, pensionistas, enfermos, emigrantes y trabajadores públicos: quienes nos atienden en las oficinas de empleo, quienes barren las calles o recogen las basuras de madrugada, los médicos y enfermeros que pasan las noches o los días festivos en los hospitales, quienes se ahogan con expedientes en juzgados u otras siniestras oficinas, carteros, bomberos, policías, ordenanzas,  psicólogos, asistentes sociales, empleados de la limpieza, maestros y así hasta tres millones cien mil hombres y mujeres que están al servicio de todos y cada uno de nosotros.

Feliz Navidad a todos ellos, malditos funcionarios…  Feliz Navidad del 2012: No la olvidéis nunca… Y, por mucho tiempo que pase, por mucho que cambien las circunstancias, nunca olvidéis tampoco quiénes la han hecho tristemente inolvidable. 

3 comentarios

Antonio M. -

Gracias Ramón, no creo que olvidemos este año en qué los "tinieblas" quieren acabar con la luz, pero mientra haya luciérnagas como tú, sabemos que más temprano que tarde, la luz se hará. Como decía el comandante: ...podrán cortar las rosas, pero no podrán detener la primavera.
Gracias y buen año.

Elena -

... No la olvidaré, Ramón, te lo aseguro. Lo único que nos queda es, como a Pablo Marín, no perder nunca la esperanza.. Siempre nos quedará un atardecer junto al mar, alguna hoja de otoño sobre nuestras cabezas y un mes de abril por llegar. Feliz Año Nuevo, maldito y querido funcionario.

Puri Novella -

No soy funcionaria, pero es fácil familiarizarse con la causa, porque es de todos, lo público debería ser un Derecho Universal intocable, como las pensiones, la Teleasistencia, las ayudas a la dependencia, cuestiones humanitarias para mejora de calidad de una vida que poco importa a nuestros gobernantes... es el castigo a una sociedad que, para ellos, estaba siendo demasiado "democrática", con ínfulas y derechos, qué nos habremos creído... no quiero olvidarme de quienes además de no tener extra de Navidad llevan meses trabajando sin cobrar y sin saber si algún día a corto plazo lo harán, o de quienes ya sin subsidio ni prestación alguna se desesperan humillados y tristes... qué nos ha pasado?? Por qué seguimos resistiendo con la barbilla hundida?? no estoy llamando a las barricadas, quizás a una respuesta digna y colectiva, porque la retirada de una paga extra es una bofetada más en la conciencia y el espíritu de todos y todas.