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Ramón de Aguilar

La Tetería Luna

La Tetería Luna

Aún llego a tiempo, antes de que mañana cierre sus puertas por última vez, de hablar de este rincón como de uno de los lugares donde más a gusto me encuentro... ¡Cómo voy a lamentar no haberlo disfrutado más! ¡Cuántas veces me propuse adquirir la costumbre de ir cada tarde, a primera hora, antes de que se llenara de gente, a sentarme ante esa mesa a la que llegaba el último rayo de sol, para escribir historias que ya nunca nacerán!

¿Cómo serán los cumpleaños de Mari Sol o míos, sin la Tetería? ¿Dónde nos encontraremos, a partir de ahora, quienes allí acudíamos con la certeza (tal vez sólo la ilusión), de que alguien se alegraría con nuestra llegada? ¿Dónde ubicar el rostro amable de quienes la frecuentaban, empezando por Pepa y Beatriz, que la inventaron, siguiendo por quienes allí trabajaron, como Nandy o Sonia (que también nos contaba cuentos), y acabando con los clientes, desde los conocidos: Mari Sol, el otro Ramón (aunque él piense que el otro soy yo), Juani, Amparo, Raúl y el otro Raúl, varias Anas, Luismi, Bea y un largo etcétera en el que no deberían faltar otros hombres y mujeres con quienes no hablaba pero a quienes miraba con curiosidad (como a Luis, siempre acodado en la barra, como cualquiera de los personajes de "Cheers", aquella serie que tanto me gustaba) o con "ojos golosos", como a Pilar (según la gráfica descripción que dio Beatriz a mi mirada)?

En fin, creo que la mejor manera de rendir homenaje a La Tetería, va a ser transcribir aquí el texto que le envié a Pepa cuando mi cincuenta cumpleaños:

Aún no olía a hierbabuena ni a menta, a regaliz ni a canela; aún no se escuchaba la risa fresca de Pepa ni su mirada acariciaba desde el interior pues, a través de los polvorientos cristales, sólo se veían algunos trastos cubiertos de telarañas y un único rayo de luz que iluminaba una baldosa del suelo de barro cocido. “Algún día –pensaba yo--, aquí estará mi librería. Sobre las paredes blancas, en anaqueles de colores, descansarán todos los libros que merezcan la pena, los clásicos y las novedades, las fantásticas aventura que avivaron mi imaginación, las obras de teatro y de poesía que me conmovieron... En cualquier rincón una alfombra persa y un baúl lleno de cuentos servirán para que los niños se tumben en el suelo a leer mientras los mayores, sentados ante una mesita de mármol, lean despacio una novela y fumen sin miedo, saboreando cada página y cada calada, disfrutando del calor del sol y el regosto de un café”…  Pero Pepa llegó primero. La lotería no me tocó y nunca pude hacerme con el local, que se llenó de tazas y teteras, de aromáticos tés y hierbas para infusiones llamadas como poemas. El nombre de la Luna, como su aroma, se extendió por toda la ciudad y, atraídos por él, a su puerta llegaron los seres más singulares, exóticos, soñadores, cálidos, locos, idealistas, bohemios, libres, errantes, imaginativos...  ocuparon sus mesas o se sentaron ante su barra. Yo a veces, desde un rincón al que ahora llega el rayo de sol que antes se estrellaba en el suelo, añoro la librería que nunca tuve... pero ya no la echo de menos. Miro a mi alrededor y pienso que todas aquellas vidas son más interesantes, misteriosas, tiernas, sensuales, emocionantes… que los libros escritos o por escribir. Quizás sólo sea cuestión de aprender a leerlas… Ojalá y Pepa me enseñe ese abecedario que sólo los más sensibles, como ella, saben deletrear.

1 comentario

Marisol -

Pensamos que los presentes son eternos y que la tetería siempre va a estar ahí. Sin embargo un día, al subir la cuesta descubrimos el cartel "se alquila" y todo el espacio vacio. Incluso los azulejos de la fachada han sido retirados.
Cuándo volveremos a gozar de un espacio dulce, macerado con infusiones de nombre exótico mecido por el ronroneo de una estufa de leña?
Crees que si le decimos a Pepa que vuelva, volverá?