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Ramón de Aguilar

MIS POEMAS PREFERIDOS

La novia del campo

La novia del campo

            El sábado pasado, regresando de Madrid, contemplaba Eliana el paisaje manchego que tanto le hechiza desde que llegó a España: ese tapiz de rojos y ocres, verdes y amarillos que se combinan con infinidad de matices, que varían de una a otra estación del año, y aún de una a otra hora del día. Sólo quien lo haya gozado con sus propios ojos podrá llegar a saborear plenamente la pintura de Benjamín Palencia. Atardecía y el cielo azul, que se oscurecía en nuestro horizonte, se tornaba naranja, malva y  rojo a medida que el sol se ponía a nuestras espaldas e iba desapareciendo, en busca del mar, donde quedaría convertido en un único y fugaz rayo verde… Tan verde como el trigo y la cebada que, convertidos en alfombra, habían empezado a cubrir los campos manchegos en los que aún duermen, desnudas, las cepas de las viñas. “¿Cuándo saldrán las amapolas?”, me preguntó. “No sé –le confesé–, pero ya no tardarán mucho”. Era verdad. Sólo dos días después, regresando el martes del trabajo, pude contemplar las primeras desde el coche; el miércoles eran tantas que ya no había que buscarlas, eran ellas las que salían al encuentro de los ojos. Así que, como cada primavera, volví a recordar el poema de Juan Ramón Jiménez que, siendo niño, tanto me gustaba… y me dije: en cuanto pueda, lo cuelgo en blog. Aquí lo tenéis:

 

Novia del campo, amapola,

que estás abierta en el trigo;

amapolita, amapola,

¿te quieres casar conmigo?

Te daré toda mi alma,

tendrás agua y tendrás pan.

Te daré toda mi alma,

toda mi alma de galán.

Tendrás una casa pobre,

yo te querré como un niño,

tendrás una casa pobre

llena de sol y cariño.

Yo te labraré tu campo,

tú irás por agua a la fuente,

yo te regaré tu campo

con el sudor de mi frente.

Amapola del camino,

roja como un corazón,

yo te haré cantar al son

de la rueda del molino;

yo te haré cantar, y al son

de la rueda dolorida

te abriré mi corazón,

¡amapola de mi vida¡

Novia del campo, amapola,

que estás abierta en el trigo;

amapolita, amapola,

¿Te quieres casar conmigo?

 

Canción de Cuna de los Elefantes

Canción de Cuna de los Elefantes

 

 

 

            No diría del todo la verdad si incluyera a Adriano del Valle entre mis autores preferidos… Y, sin embargo, versos suyos fueron no sólo los primeros que escuché, sino los primeros que, sin tener que cerrar los ojos, me permitieron ver, más allá de las paredes de mi cuarto, una selva rezumante de vida; más allá de la pelada bombilla de ciento veinticinco vatios, la luna llena; más allá de mis lágrimas, las de un elefante que tampoco quería dormir...

            Ahora sé, porque lo he averiguado gracias a Internet (mi cultura no da para tanto), que Adriano del Valle fue un gran amigo de la familia de Borges y del poeta portugués Fernando Pessoa, con el que intercambió cartas durante muchos años…  y que hablar de Adriano del Valle es hablar de uno de los máximos representante del movimiento ultraísta español. Antes (aunque no mucho antes), sólo sabía que era el autor de la “Canción de Cuna de los Elefantes”, el poema que mi padre, teniéndome en brazos, me recitaba cuando yo lloraba porque no me quería dormir. Es uno de los recuerdos más antiguos que conservo y, junto a él, me han acompañado durante medio siglo esas imágenes de la selva iluminada por la luna y algunos versos que, cuando he tenido la ocasión, he repetido al oído de algún niño que llorara en mis brazos.

             Hoy quiero compartir este recuerdo con todos vosotros… este recuerdo y este poema (quién sabe si alguno lo necesitará esta noche para conciliar el sueño). 

 

Canción de Cuna de los Elefantes 

          El elefante lloraba

          porque no quería dormir…

          Duerme, elefantito mío,

          que la luna te va a oír… 

          Papá elefante está cerca;

          se oye en el manglar mugir.

          Duerme, elefantito mío,

          que la luna te va a oír… 

          El elefante lloraba

          con un aire de infeliz

          y alzaba su trompa al viento;

          parecía que en la luna

          se limpiaba la nariz… 

         Duerme, elefantito mío;

         ¿por qué no quieres dormir?

         Estoy mirando la luna

         que muy pronto se va a ir.