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Ramón de Aguilar

Mimó... Mónica Castro, para los amigos

Mimó... Mónica Castro, para los amigos

            Esta mañana, camino del trabajo, escuchaba una canción en la que el cantautor Lucho Roa añoraba su Chile natal: “bailar cueca, tomar chicha, ir a Matucana, pasear por la Quinta; ir a Santa Lucía contigo, mi bien…”

            Y he recordado, una vez más, que fue allí donde me vi por primera vez con Mónica. He recordado, una vez más, aquella soleada mañana de un invierno austral no tan frío, en la que esperaba impaciente a la que por unas horas habría de ser mi guía en Santiago y, durante el resto de la vida, una entrañable amiga… aunque eso, entonces, no pudiéramos saberlo. Serían encuentros posteriores quienes lo propiciaran mediante largas horas de complicidad y conversación, nuevos viajes sobrevolando el Atlántico (de aquí para allá cuando regresé meses después; de allí para acá, cuando ella vino); cartas, llamadas telefónicas, regalos, fotos, confesiones, juegos, vagabundeo por los caminos de España (Toledo, Córdoba, La Coruña, Valencia, Albacete, Sevilla…), lágrimas, risas, malentendidos, disgustos y tantos momentos compartidos, algunas veces codo a codo y otras, las más, en la distancia.

            Por todo ello, por la amistad fiel, el amor generoso, la nobleza de espíritu, su eterna paciencia; hace mucho tiempo que quería dedicarle a ella una pagina en el blog… Ya lo había adelantado de esta manera:

 

“Me enseñó las palabras chilenas que no conocía, a moverme por la ciudad, a sintonizar en la radio el “Chacarero Sentimental”… Me llevó al templo votivo de Maipú, donde unos soldados vestidos de época impiden que las parejas se besen, y también me hizo entrar a una capillita haciéndome creer que era la Catedral de la ciudad; yo le expliqué, tratando de no herir si orgullo patrio, que en España eran más grandes… y ella me escuchaba seriamente, mientras las enorme Catedral de Santiago se reía a mis espaldas en la Plaza de Armas… Sólo hubo dos cosas que no quiso enseñarme: el “Memorial por los detenidos desaparecidos y ejecutados”,  en el Cementerio General, donde yo temía encontrar el nombre Orieta, mi amiga de Iquique en la adolescencia, y los “cafés con piernas”… Esto último aún no se lo he perdonado”.

 

            Bueno, eso de que no se lo había perdonado era sólo un final literario… A Mo se le puede perdonar todo; incluso el que prefiera vivir en Austria en vez de en España. ¿Os había dicho que toda la vida estudió alemán? Eso le permitió aterrizar en el centro de Europa con un trabajo que hace tiempo terminó… pero se quedó allí porque en Austria, además de los valses de Strauss, de las pastelerías de Viena, con sus aromáticos cafés y ricos “strudeles”, de sus pulcras ciudades y de no sé cuantas cosas más, estaba Hassan, un periodista iraní que la conquistó. Vinieron a casa cuando todavía eran novios (ahora están casados), y él, sin decir una sola palabra en español, también nos sedujo a todos nosotros.

 

             Quienes leyeran todo esto antes del 20 de mayo de 2007, habrían visto una foto de Mo en Toledo, sentada en la terraza del parador y con la vista, borrosa, de la ciudad a sus espaldas... pero era una foto que a ella no le gustaba, porque se veía demasiado niña, demasiado joven (fue en su primera visita a España), supongo que también porque pertenece a otra época de su vida... Así es que la he cambiado por esta otra en la que ella, a su vez, ha cambiado Toledo por Venecia... Por lo menos, nadie podrá decir no sabe elegir bien los destinos de sus viajes.

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