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Ramón de Aguilar

Quinto viaje a América... Tercero a Colombia

Quinto viaje a América... Tercero a Colombia

Ayer me preguntaba María por los olores de Colombia (“me gustaría que junto a todos los cachivaches que traerás de tu nuevo paí­s, me enviaras un pequeño frasco con los olores de cada lugar que has visitado y de todos los sabores que has probado”). Me sorprendió darme cuenta de que, entre tantas y tantas imágenes como me han acompañado en mi vuelta, no he traído conmigo el recuerdo de ningún olor que me impactara… Justamente ahora, cuando lo último que estoy escribiendo se va a llamar "Dónde habitan los olores"; próximo capítulo de Déjame que te cuente en el que trato de narrar dónde vive el olor de la infancia, cuando nos hacemos mayores; el del frío, cuando llega el verano; el olor de los sueños, cuando estamos despiertos... hasta el olor de la muerte, cuando ya hemos enterrado al ser querido que murió.

         Será tal vez, le expliqué, que siendo tantos los sabores que me hechizaron, no me quedó capacidad para almacenar más sensaciones. A éstos habría que sumarles los colores de tanta y exuberante vegetación, de las ropas con que visten y hasta de las pinturas con que alegran las paredes de sus casas… el sonido de la lluvia torrencial que me acunaba casi todas las noches, la música que se escapaba por las ventanas de cada casa, el dulce acento con el que los colombianos hablan su lengua, que también es la nuestra… Mas yo le mencionaba a María los sabores y, al hacerlo, pensaba en todas esas frutas que para nosotros son exóticas y que allí ayudan a calmar la sed y recargarse de vitalidad. Me encantan el mangostino y el anón, pero también la granadilla, el lulo y los jugos de arazá, badea, guanábana y marañón; sé que no me gustaron tanto los de tamarindo, papaya o carambola... Y hay otras frutas que he comido (o bebido), pero cuyo sabor no puedo recordar (curuba, mamey, pitaya...) No me importa probar cualquier tipo de vegetal, pero para las carnes soy más aprensivo; en este viaje le di una nueva oportunidad a la chunchulla (tripas fritas), y me atreví, por primera vez, a comer hamburguesas del Corral (dicen que están hechas con lombriz de tierra)… Los jugos sí. Hay una frutería (“Pachamama” se llama y os la recomiendo; un día hablaré de ella en el apartado de “Cafés, bibliotecas, librerías y otros lugares de interés”), donde los hacen en el momento, por menos de un euro y de la fruta que escojas… Sólo hay un problema: los “vasitos” tiene una capacidad de un litro, y no siempre apetece beberse tanto zumo.

         Por cierto, que nadie vaya a pensarse que es zumo lo que estoy bebiendo en la foto que ilustra esta entrega… Claro que, aunque sí está tomada en Colombia, tampoco es de este viaje… En éste me moví de otra manera (si alguien tiene curiosidad que eche un vistazo a esta otra foto… o a ésta… o que sé dé una vuelta por la página de Publicaciones Acumán, donde he dejado una carta abierta a todos los que están colaborando con los proyectos de Colombia).

         La verdad es que hubo tiempo para todo… para almuerzos y reuniones que podríamos considerar de “trabajo” con las hermanas de la Fraternidad Misionera Betlehemita, los miembros de la Fundación Madre Teresa de Calcuta y los del Núcleo de Trabajo por la Vida, la Paz y la Justicia, pero también para jugosas comida en familia (la “frijolada” de Marina, el Ajiaco de Carolina, los huevos criollos que alguna mañana fritaba Gloria, mi suegra, y me ofrecía acompañados con arepas, la cena española que preparamos en Bogotá dos noches antes de mi partida: tortilla de patatas, ibéricos, quesos… y vino), largas horas de tertulia, cervezas, algún trago de ron viejo de Caldas, compras de libros en las surtidas librerías de la capital y hasta en un puesto callejero de La Dorada, en el parque de las iguanas; viaje en barca por el caudaloso río Magdalena, en buseta por la sabana del norte de Bogotá, hasta las ciudades de Zipaquirá (con su impresionante catedral de sal) y de Chiquinquirá; algunos mimos personales; la participación, como invitado, en el taller de novela que dirige el escritor Juan Manuel Silva y, eso sí, todas las mañanas, tan pronto como empezaba a amanecer, una caminata de casi hora y media, con mis suegros (Gloria y Jorge), por los bellos alrededores de Mariquita, recreando la vista en las escarpadas montañas del Cerro Lumbí, en la frondosa vegetación (húmeda, todavía, por las torrenciales lluvias de la noche), que se convierte en frondoso bosque a los pies del Cerro de la Cruz y alcanzando a ver, si el cielo estaba limpio, la blanca cima del Nevado del Ruiz… por cierto que también estuve paseando por el parque que ocupa el lugar de la ciudad de Armero que, tras la erupción de este volcán, despareció en una sola noche, dejando más de veinticinco mil muertos y la imagen tristemente célebre, de la niña Omaira, agonizando durante días ante las cámaras de televisión.

         … Y, por último, está la gente. Esas más de cien personas, que bien podrían ser personajes de una calidoscópica novela, pero con las que tuve la oportunidad de relacionarme directamente, desde el abrazo a Iván y Alba Lucía (que fueron a recibirme al aeropuerto de El Dorado), hasta “Yanet”, la compañera de viaje en el avión de regreso, e incluyendo en el número, por supuesto, a las treinta niñas acogidas en el Hogar Niña María, con las que pasé una agradable mañana de sábado, viendo sus actividades, comiendo helados, contestando a sus innumerables preguntas, tratando inútilmente de aprender sus nombres y fotografiándome con cada una de ellas. Hablar de toda esta gente, mencionarla al menos, lo dejo para una próxima ocasión… Será otro día.

3 comentarios

jimena paz -

Ramón, cada día me asombra más la capacidad que tienes para describir cada una de las cosas que vives a través de tus escritos...es fantástico todo y lo que más me ha gustado es lo que escribiste sobre mi bella colombia y mi terruño de infancia y juventud (MARIQUITA)

Coro -

Ramón, hola
espero que nos cuentes todo, cómo fue, cómo estás, anécdotas, historias, todo todo...
Cambié mi blog:
bigoteprieto.blogspot.com
Te mando un besote,
Juana Gallo

beatriz -

Que envidia mas malaaaaaaa!Ya nos contarás con detalle, pero al final de los viajes siempre queda lo mismo, una imagen indeleble de la gente que has conocido. Un beso muy grande.