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Ramón de Aguilar

19 de noviembre de 1969: ¿Ves como no dolía?

19 de noviembre de 1969: ¿Ves como no dolía?

            Hoy, mientras paseábamos por el Valorio, el Apolo XII ha alunizado en el Océano de las Tormentas. Apenas hace unas semanas que papá vino a traerme a Zamora. Nuestro viaje fue mucho más corto: Llegamos en tren desde Madrid. El primo Santos, que tiene una tienda cerca de Atocha, nos acompañó a la estación y me ofreció un “bisonte”, que no me atreví a coger delante de mi padre. Llegamos al atardecer y buscamos una pensión en la que dormir; por la mañana me trajo hasta el colegio y se marchó. Dentro de unos años me confesará que estuvo a punto de volverse a por mí y llevarme con él de regreso a casa. Pero aquí estoy, y no me quejo. De los curas no sé qué pensar; no parecen mala gente, pero me inspiran poca confianza… por el momento. Los profesores no están mal; el que menos me gusta es el de Política, parece que siempre mira por encima del hombro; los de Dibujo y de las otras “marías” (la Gimnasia y la Religión), son religiosos, pero no tan peculiares como el de Latín, un cura pequeñito con los ojos rasgados, que parece japonés; sin embargo, el libro que usamos me gusta mucho; el profesor de Matemáticas tiene toda la pinta de un sabio chiflado, con el pelo siempre alborotado, pero explica bien y nunca me pregunta (todos los días mira la lista y elige al azar dos alumnos para que salgan a la pizarra; pero siempre saca a los mismos, por lo que los demás estamos bastante tranquilos: Nos han dicho los de otros años que será así durante todo el curso); el de Ciencias Naturales es muy serio, pero es un gran profesor, ahora, a principio del curso, ni él ni nosotros sabemos que el último día de clase, cuando vaya a salir del aula, irrumpiremos en un aplauso espontáneo y él se volverá emocionado desde la puerta para darnos la gracia… Es algo que no volverá a ocurrirme nunca en la vida, ni en el bachillerato ni en la universidad. La profesora de Francés es joven, pero algo estrambótica, cada día viene con un sombrero diferente; es una asignatura a la que le tenía bastante miedo, porque en Casas Ibáñez me iba muy mal; pero creo que aquí la sigo bien y que no soy de los que tienen peor nivel; de todos modos la asignatura a la que más le temía es la Literatura, nunca la he estudiado (hasta ahora solo Lengua Española), y me preocupa suspenderla porque yo voy a ser escritor. Esto sólo se lo he contado a mis dos primeros amigos: Arcusa y Agustín. Aquí acostumbran a llamarnos por el apellido, pero como Agustín se apellida Andrés, ha sembrado cierta confusión y ha terminado por ser reconocido por su nombre. Al resto de los compañeros todavía no los conozco mucho; me caen muy bien los vascos: Acebo, Arraibi y Bagueneta; los que peor, Lorente, mi único paisano de Albacete (de Hellín para más señas), porque dice que es de Murcia; y Aura, de Alcoy, que terminará siendo mi mejor amigo y que también tiene los ojos algo rasgados, como los filipinos de Los Brincos (Junior y Ricky), y parece un poco chulito, como si fuera de guapo. Arcusa es de Alpuente, un pueblo de Valencia del que nunca había oído hablar (la verdad es que sólo conozco Requena, porque está cerca de Casas Ibáñez; Sagunto, porque sale dibujado en las lecciones de Historia de la enciclopedia Álvarez, y Torrente, porque allí fue a cantar Karina este verano; también Serra, el pueblo de mi amigo Emilio, el Yesero, aunque ahora vive en Villatoya y con quien voy a formar un conjunto que se llamará "Soles Dorados", cuando aprendamos a tocar la guitarra). Arcusa dice que su pueblo no es muy conocido porque es pequeño y que la gente de allí es muy bruta, tan bruta que matan los cerdos a besos; a mí me parece un chiste tan malo que nunca lo voy a contar hasta que, muchos años después, cuando sea un señor calvo y con barba blanca, en los Candilejas de Albacete vea una película alemana: “La suerte de Emma”, de Sven Taddicken, en la que una joven campesina da muerte a sus cerdos entre besos y susurros, con caricias y tiernas palabras, contándoles al oído bellas historias que siempre terminan de la misma manera: “¿Ves como no dolía?” Lo recordaré en septiembre de 2009 cuando, al ir a Pálmaces de Jadraque, en Guadalajara, para participar en la entrega de premios de su primer certamen literario, conozca a Trini Rodríguez, la ganadora, que también será de Alpuente, como Arcusa; le preguntaré si era eso lo que quería explicar mi amigo y a mí me parecía un chiste, y ella, con la sonrisa que lucirá todo el fin de semana, me dirá que no, que ni lo uno ni lo otro… Claro que ella es muy joven y aún no ha nacido cuando el Apolo XII aluniza en el Océano de las Tormentas y nosotros tres (Arcusa, Agustín y yo), paseamos por el Valorio esta tarde de domingo, contándonos sueños para el futuro y recordando cosas de nuestros pueblos o nuestras familias para mitigar un poco la nostalgia; como lo de estas dulces matanzas, lo de los yacimientos de petróleo que están a punto de descubrir unos franceses en Casas Ibáñez, o las lecturas que del Quijote hacía en voz alta Agustín junto a su abuelo, turnándose el uno y el otro a medida que iban pasando las páginas del libro, junto a la chimenea que les alumbraba y daba calor en su pueblo, Torrecilla del Pinar.

2 comentarios

Trini -

Muchas gracias Ramón.
Un gusto conocerte, y otro tanto leerte.
Vendré más.

Puri Novella -

Te vas superando, Ramón, con tu cuaderno de bitácora. La narración se conduce sola y podrías estar leyendo un acontecer tras otro... ¿No has pensado en publicarlo como novela? Sigo pensando que es lo que más me gusta de todo lo que te he leído.